ETA

Josu Ternera, el «otro» falso hombre de paz

Siempre ha planeado sobre las atrocidades más sanguinarias como el atentado de Hipercor, lo que no le ha impedido pisar moqueta junto a Otegui

Josu Ternera
Josu Terneralarazon

Siempre ha planeado sobre las atrocidades más sanguinarias como el atentado de Hipercor, lo que no le ha impedido pisar moqueta junto a Otegui.

En su fe de vida laboral habría que escribir «ladrón de explosivos» porque se ignora que haya trabajado en su vida de otra cosa antes de acceder a la dirección única de la banda etarra; precisamente fue el material por él robado para volar el coche del almirante y presidente del Gobierno, Luis Carrero Blanco, su chófer y su escolta. Este otro hombre de paz, como hoy se reconoce a Arnaldo Otegui, siempre ha planeado sobre las atrocidades más sanguinarias de ETA, como el «Hipercor» de Barcelona o la Casa Cuartel de la Guardia Civil en Zaragoza. En 1987, siempre accediendo por los carriles más intransigentes de ETA-militar, formó triunvirato con Joseba Arregui Erostarbe, «Pakito» y Mujika Garmendía, «Fitipaldi», atribuyéndosele la franciscana idea de atentar contra una gran superficie comercial catalana y en hora punta de amas de casa comprando el almuerzo. Cebaron los estacionamientos subterráneos del local no con el propósito de colapsarlo sino de generar la espesa humareda tóxica que ascendiendo por los vanos generó el horror y la mayoría de las víctimas: 21 muertos (4 niños) y 45 heridos.

En diciembre del mismo 87 se le supone ideólogo de la voladura de la Casa Cuartel de la Benemérita en Zaragoza que como su nombre indica alberga a las familias de los Guardias Civiles, ocasionando 11 muertes (5 niñas) y 38 heridos, la mayoría ajenos al Instituto Armado. Los más viejos recordarán la difundida fotografía de un joven Guardia con la cabeza bañada en sangre y la mirada alucinada portando en brazos el cuerpo desgarrado de un crío. Ternera es un caballero sin complejos y nada discriminativo. José Antonio Urruticoechea Bengoechea, mensajero de la paz, tiene 67 años y es de Miravalles (Vizcaya), pasado a Francia tempranamente en 1971. Cuando en los años 80 Felipe González autorizó las inútiles y elucubrantes «conversaciones de Argel» con tres jenízaros designados por la cuadrilla de la muerte al menos ETA estaba dirigida por el atractivo y joven Iturbe Abasolo, «Txomín» que parecía leer el futuro: «Caerán más comandos –decía a sus renacidos gudaris–, perderemos el santuario francés, descubrirán otros zulos y no nos quedará otra que negociar algo con el Gobierno de Madrid». Al poco de su profecía falleció en un misterioso accidente, primero por tráfico y luego ejercitándose en una pista americana, según las autoridades argelinas que le daban cobertura. Fue la hora de Ternera para sucederle e imponer su línea dura.

Le tuvimos en nuestras manos e incluso incrustado en las Instituciones. En 1989 fue detenido y condenado en Francia junto a su esposa Elena Beloki, resposable de las relaciones exteriores de Herri Batasuna, por asociación de malhechores y otros cargos, de los que cumplió 6, siendo extraditado a España. Tres años le mantuvimos en prisión hasta que la Audiencia Nacional, en un alarde de perspicacia jurídica, le liberó aduciendo que ya había sido juzgado como terrorista en Francia, pese al argumentario del juez Javier Gómez de Liaño de cuando menos era el firmante de la matanza de Zaragoza. Ejerciendo tanto de doctor Jeckyll como de míster Hyde, gracias a nuestro tan discutido como envidiable garantismo político-judicial fue cinco años diputado del Parlamento vasco por Euskal Herritarriok, la misma formación de Otegui, y con el apoyo de los nacionalistas fue elegido miembro de la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara. Lo más idóneo para el barbián. Cuando la Audiencia cayó del guindo volvió a huir a Francia instalándose posteriormente en Ginebra como el Vito Corleone etarra.

Fue interlocutor en 2006 en las negociaciones con el Gobierno de Rodríguez Zapatero, representado por el que fuera presidente del socialismo vasco, Jesús Eguiguren, condenado a arresto por propinarle una paliza a su santa esposa cuando el feminismo se mostraba blando, y que alcanzó su cenit con la voladura de la cochera de la terminal T-4 de Barajas en la que fallecieron dos dominicanos. Igual que tras «Hipercor» ETA achacó la barbaridad a la mala ventilación del establecimiento se dolió esta vez que permitiéramos dormir en sus automóviles a los pasajeros. Zapatero exclamó ante los cascotes: «Esto ha sido un error». Hasta el primer y vaporoso alto el fuego las conversaciones se desarrollaron en el Centro Henry Dunant (fundador de la Cruz Roja) de Ginebra, y en Oslo con una recua de sanchopancescos observadores internacionales, profesionales itinerantes de lo suyo. El valedor del mayor extremismo etarra no reconoce el realismo de «Txomín» (la previsible derrota del aquelarre) pero opta al Premio Nobel de la Paz para excarcelar presos, legitiminar a su camarada Otegui y proseguir el «conflicto» por carreteras políticas. Se rumoreó que el personaje padecía un cáncer de estómago terminal. Cuando a Indalecio Prieto le dijeron en México que Francesc Cambó padecía lo mismo en Buenos Aires, comentó: «¡Pobre cáncer!». Lo mismo.