Víctimas del Terrorismo
«La libertad de la "Tigresa"me llena de rabia e impotencia»
José Pablos, uno de los guardias heridos en el atentado contra la Guardia Civil de la calle Juan Bravo, se queja de que «la Tigresa» sólo ha cumplido 23 años por 23 asesinatos
«23 años por 23 muertos. Al menos tenía que haber cumplido 46, a dos años por persona asesinada. Todo esto me llena de rabia e impotencia».
«23 años por 23 muertos. Al menos tenía que haber cumplido 46, a dos años por persona asesinada. Todo esto me llena de rabia e impotencia».
José Pablos Ruiz era uno de los 10 guardias civiles (un cabo primero y nueve agentes) que viajaban en el jeep contra el que atentó el «comando Madrid» de ETA en la calle Juan Bravo de Madrid el 25 de abril de 1986.
De esa célula terrorista formaba parte Idoya López Riaño, conocida como «la Tigresa», que hoy, tras 23 años en prisión, sale en libertad de la cárcel de Zaballa, en Álava. Asegura que está arrepentida de lo que hizo. «A mí no me ha venido a pedir perdón», subraya el agente.
José Pablos, cinco de sus compañeros fueron asesinados en el atentado, resultó herido de gravedad y le han quedado secuelas de por vida. Por efecto de la explosión quedó seccionado el nervio ciático con afectación de la pierna derecha, con lo que ello conlleva de no poder caminar con normalidad.
«Me gustaba y me gusta ser guardia civil pero me dieron de baja para el servicio», comenta desde el pueblo manchego en el que pasa temporadas.
Del atentado, recuerda que la dotación del jeep formaba parte del servicio que se prestaba en las embajadas y «acabábamos de abandonar la de Italia (que se encuentra en Juan Bravo esquina Velázquez). Yo llevaba el tricornio entre las piernas y la metralleta en la mano cuando se produjo la explosión del coche bomba».
La Guardia Civil estaba alertada de la posibilidad de que ETA cometiera atentados en la capital y cambiaba continuamente los itinerarios de las patrullas.
junto a un hospital
«Lo que ocurre, es que por muchas vueltas que des, por mucho que alargues el camino, al final tienes que pasar por determinados sitios y allí nos esperaban los etarras que, al ver el jeep del Cuerpo, accionaron el mando del coche bomba».
La explosión, de gran magnitud, se escuchó en todo el barrio de Salamanca. El vehículo oficial quedó completamente destrozado, al ser alcanzado de lleno por la carga que los etarras habían escondido en el interior del vehículo utilizado como coche bomba.
El «comando», que había visto en varias ocasiones las patrullas de la Guardia Civil pasar por la zona, se había dividido en dos parejas. La primera información la realizaron Idoya López Riaño y Antonio Troitiño; y la confirmaron José Ignacio de Juana Chaos y José Manuel Soares Gamboa.
El día del atentado, los componentes de la célula etarra salieron del piso de seguridad armados con una pistola y una granada de mano cada uno.
Idoya López Riaño y De Juan iban a bordo del Seat 124 cargado con los explosivos y lo aparcaron al lado de un hospital (la deflagración afectó a uno de los muros de este centro y llegó hasta los paritorios donde daban a luz varias mujeres).
Troitiño se colocó en un lugar en el que podía divisar el 124 y, al paso del jeep de la Guardia Civil, accionó el mando que detonó la bomba.
Cinco de los agentes murieron y el conductor del vehículo oficial, que consiguió sobrevivir al atentado, falleció el año pasado.
Todo esto lo cuenta José Pablos con tranquilidad pero con la rabia de saber que una de las autoras del atentado sale hoy de prisión. En su voz no hay rastros de resentimiento u odio, sino el comentario de que la Justicia debería ser de otra manera y no permitir estas situaciones.
José Pablos señala que la Guardia Civil ha acabado operativamente con ETA, pero que la banda no está derrotada porque su entramado legal está en las instituciones.
«Al menos deberían pedir perdón a las víctimas y entregar todas las armas, porque lo que ocurrió hace unos meses en Francia fue un paripé», agrega.
Utilizar las armas
A este respecto, subraya que no se puede descartar que se hayan quedado con algunas armas para, llegado el momento, si no consiguen sus objetivos de sacar a todos sus presos de las cárceles, volver a utilizarlas. Si realmente quisieran acabar, se habrían disuelto, entregado las armas y habrían pedido perdón».
Cuando se conocen casos concretos como éste, se comprueba que toda la parafernalia que se ha montado en torno a supuestos arrepentimientos y perdones, no pasa de ser una escenificación para justificar libertades de etarras y acortamientos de las penas (López Riaño tendría que haber seguido en prisión hasta agosto del año que viene).
LA RAZÓN trató de ponerse en contacto con otras víctimas causadas por los atentados de López Riaño pero la tónica general es que prefieren no hablar de lo ocurrido.
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