Balance del Gobierno
Medidas «antipáticas» y una renovación pendiente
Análisis. No se recuerda una legislatura con más dificultades que la que le ha tocado vivir a Rajoy como presidente
El balance de Mariano Rajoy, lógicamente, va a estar condicionado por las urnas de diciembre. Si el PP consigue ganar y luego gobernar, la opinión, al menos entre la gente de su partido, será que el presidente ha actuado como debía. Como suele decirse, pelillos a la mar. Pero si no es así, claro, habrá dirigentes, hasta ahora más o menos callados, que lo cuestionarán por sus medidas «antipáticas», que han sido mal recibidas por los «barones» y «lideresas» del partido y consideradas las culpables de la pérdida de poder del Partido Popular.
Sin embargo, en lo que habrá consenso –no podría ser de otra forma– es en que no se recuerda una legislatura con más dificultades que la que le ha tocado vivir a Rajoy como presidente. Cuatro años de tres feroces crisis, económica, política e institucional, que han obligado a su Gobierno a solicitar a los españoles sacrificios jamás vividos desde, al menos, la postguerra civil. Pero, también, a transitar por escenarios comprometidos que ningún político desea que le toquen: fijémonos si no en la abdicación del Rey Don Juan Carlos y en la posterior coronación de su hijo Don Felipe, guiadas con discreción y mesura tanto desde La Zarzuela como desde La Moncloa, sin que el éxito final haya sumado increíblemente nada en el haber de Mariano Rajoy.
Hasta tal punto las medidas adoptadas por Rajoy fueron dolorosas que pronto empezó a conocerse el Consejo de Ministros como los «viernes de Dolores». Quizá el Gobierno pecó, como tantas veces se ha dicho, de falta de empatía. Pero, sobre todo, permitió correr demasiado (sin contraatacar con explicaciones claras) la especie de que se alejaba de la política comprometida en su programa electoral. Es imprescindible reconocer que el Gobierno nunca ha tirado la toalla para pelear por el interés general, aunque eso le haya llevado a chocar con beneficios electorales para su partido. Y que la salvaguarda de los pilares del Estado de Bienestar ha sido una obsesión permanente de Rajoy.
Ahora en La Moncloa admiten que si hace dos años les hubieran dicho que la situación iba a evolucionar como lo ha hecho, lo habrían firmado. Económicamente, sí. Es indudable. Mariano Rajoy llega hasta aquí con un país en una situación mejor que la que él recibió de Zapatero. La mejor arma con la que cuenta para afrontar la batalla electoral es una economía creciendo por encima del 3%, un buen ritmo de creación de empleo y la bajada de impuestos. Tampoco es desdeñable haber sacado a España de una tormenta en la que todos los analistas señalaban que éramos carne de rescate europeo.
Diferente juicio merece si hablamos del asunto de Cataluña. Rajoy, que se suele definir como previsible aunque otros lo tachan de inmovilista, ha dejado pospuesto para el curso que viene el órdago separatista de Artur Mas. Otro aspecto que en la comparecencia de ayer Mariano Rajoy admitió que le ha provocado daño y descrédito es la corrupción. El PP, en este tema, ha dado siempre la impresión de ir arrastrado por las malas noticias que iban apareciendo. Naturalmente, se ha expulsado a los que han metido la mano en la caja. Sólo faltaría. Pero en demasiadas ocasiones se ha enviado a la opinión pública el mensaje de que se decidía expulsar a los corruptos sin que entre los mandatarios más significativos del partido reinase la unidad.
Tampoco se ha acertado al interpretar el peso en la realidad española de los aspectos relacionados con la regeneración. Muchos «viejos políticos» populares, cargados de años y cargos, no han comprendido lo imprescindible que resulta apearse del coche oficial. Ello ha alejado al partido de la gente. Sobre todo de los más jóvenes. Y el PP, en ocasiones, no ha dado pasos decisivos para ponerse al nivel del deseo de cambio generacional que lo impregna todo. Un cambio, más que de edad, de formas de hacer política. En esto sí veremos el roto que una fuerza regeneracionista como Ciudadanos va a hacerle al Partido Popular en el centro derecha. Porque le han faltado señales inequívocas de renovación. Y los últimos vientos, así lo apuntan todavía en voz baja los expertos demoscópicos de Génova 13, acercan desafiantes a los «naranjitos» al PP.
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