Audiencia Nacional
«Somos pobres, no terroristas»
«Me gustaría saber quiénes son ustedes». Abdillahi Mohamed Gouled –uno de los seis supuestos piratas somalíes juzgados desde ayer en la Audiencia Nacional por el intento de asalto al buque de la Armada "Patiño"» en aguas del Índico en enero del pasado año– llevó hasta el extremo la supuesta ingenuidad con la que declararon sus compañeros de banquillo. Al acusado, presa de una súbita desorientación, le faltó preguntarse en voz alta: ¿qué demonios estoy haciendo aquí? Lejos de indignarse, el presidente del tribunal, Fernando Grande-Marlaska, ejerció de improvisado cicerone y fue identificando al resto de la Sala, «que somos quienes vamos a juzgarle», a la fiscal Teresa Sandoval (que pide para cada procesado 23 años de prisión por pertenencia a organización criminal, piratería y tenencia de armas de guerra) y hasta a la secretaria judicial.
En esa misma línea, todos los acusados (dos vestidos con traje y el resto, con chándal) negaron a los magistrados que intentaran asaltar al «Patiño» y explicaron que sólo pretendían pedir auxilio al buque porque se habían echado a la mar para auxiliar a un compañero con la barca averiada y no daban con él. «Teníamos hambre y llevábamos siete días perdidos en el mar; sólo queríamos pedir ayuda», dijo Mohamed Adullah Hassan, otro de los procesados. «Una persona que tiene hambre no sabe distinguir un barco militar», se excusó. Uno de ellos, Said Hamed, incluso se dirigió en español al tribunal (lo que motivó la felicitación expresa de Grande-Marlaska) para explicar que «ellos (en referencia a la tripulación del "Patiño") sin hablar ni nada empezaron a disparar». Negaron llevar armas y escalas para el abordaje. «¿Cómo vamos a subir a un barco tan grande?», insistió uno de ellos. «Somos pobres, no terroristas».
«Los piratas dispararon primero»
Pero su versión de los hechos se tambaleó cuando fue llamado a declarar el comandante del «Patiño», Enrique Cubeiro, quien explicó al tribunal que «los primeros en abrir fuego fueron los piratas» después de intentar lanzar una escala para subir a cubierta. El intercambio de disparos durante medio minuto (en el que murió uno de los ocupantes del esquife, supuestamente el mecánico que debía arreglar la barca que estaban buscando) dejó huellas en las dos embarcaciones: doce impactos en el esquife, que según contaron los acusados empezó a hacer agua, y seis en el buque de la Armada española.
Todavía no había amanecido y la barca de los supuestos piratas se perdió en la oscuridad. Posteriormente, fue localizada por un helicóptero del «Patiño», cuyos tripulantes consiguieron que el esquife detuviera su huida, «al ver que no tenían escapatoria», tras lanzar varias ráfagas de ametralladora al aire. La aeronave grabó la persecución y una prueba capital que compromete las palabras de los procesados: el momento en que éstos arrojaban al mar siete fusiles AK 47, dos lanzagranadas y tres escalas. Sólo uno de ellos admitió que se desprendieron de algo: una bolsa con utensilios de higiene.
Cubeiro aseguró que en el esquife se les intervinieron 300 litros de gasolina en once bidones, «una cantidad inusual de combustible»; comida envasada al vacío y algo de agua y un motor Yamaha de 40 caballos «muy caro para unos simples pescadores somalíes», que se definieron como gente «pobre». Su número de serie, añadió el testigo, «es muy próximo al de otros motores de la misma marca incautados a piratas somalíes en la zona». «Lo primero que vimos –recordó el mando militar– fue que no llevaban aparejos de pesca».
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