Historia y turismo
Galicia y sus 12.000 cruceiros: de la devoción popular a la leyenda de la Santa Compaña
Cuentan que los peregrinos, si duerman cerca de uno, no deben temer a esta procesión de ánimas que siempre encabeza un mortal
Muchos son los elementos representativos de una tierra. Algunos estaban allí desde siempre, desde que el hombre es hombre; otros se asentaron con el tiempo, con el devenir de la historia y del relato de un pedazo de vida compartido.
Sucede, por ejemplo, en el caso de Galicia, donde cuentan que las eternas rías son la huella de los dedos de Dios que descansaron sobre su creación una vez finalizada, marcando para siempre el devenir de nuestra tierra. Una en la que la devoción popular ha arraigado desde hace siglos otro símbolo, el de los cruceiros, que se han convertido en parte imprescindible de la historia de Galicia.
Seña de identidad de su paisaje, los cruceiros se han levantado a lo largo de los siglos en cruces de caminos o cerca de ermitas, iglesias y cementerios. De ellos dejó escrito Castelao que suponen “un perdón del cielo” al erigirse para hacerse absolver algún pecado.
De ser cierto, Galicia sería una tierra de pecadores, al menos reconocidos, ya que más de 12.000 cruceiros recorren sus entrañas y caminos. Aunque también se dice que los cruceiros protegen a los viajeros, así que los visitantes tienen un salvoconducto garantizado.
Algunos cruceiros destacados
El cruceiro de Melide es el más antiguo y data del siglo XIV. Esta localidad lucense es una de las poblaciones gallegas más vinculadas al Camino de Santiago, siendo parte de una de las últimas etapas del Camino Francés y del Camino Primitivo.
Situado en plena villa, junto a la iglesia de San Roque, su anverso muestra un Cristo Majestad sedente con llagas en las manos y un paño cubriendo sus piernas. En el reverso surge un Calvario, un Cristo crucificado acompañado de las figuras de San Juan y de la Virgen.
En O Hío (Cangas), junto a la iglesia de San Andrés, se localiza uno de los cruceiros más famosos. Se trata de una joya del arte barroco que recorre el ciclo humano desde Adán y Eva hasta la Redención, con el Descendimiento de la Cruz como escena principal. Toda una historia del mundo representada en piedra por más de 30 personajes.
La obra está impregnada de un profundo simbolismo iconográfico, desde la base con las ánimas del purgatorio, pasando por el fuste destinado a la expulsión del Paraíso de Adán y Eva, hasta la Cruz, donde se representa el Descendimiento. Esta escena acoge las figuras de Cristo con dos hombres, uno a cada lado de la Cruz, Magdalena, Nicodemo, Juan de Arimatea, San Juan y la Virgen María.
Más al norte, en la península de Barbanza (A Coruña), se encuentra una tipología peculiar de cruceiros: los de capeliña, llamados así por la ‘capillita’ que corona el pilar. Una caja de piedra que contiene una imagen de la Virgen y sobre la que suele descansar la cruz.
La leyenda de la Santa Compaña
Los cruceiros no solo tienen un valor artístico, sino que también son símbolos de la fe y la protección divina en la vida diaria de gallegos y visitantes. Muchos de ellos están asociados a milagros, ritos y leyendas.
Entre ellas, destaca la de la Santa Compaña, la más conocida de las leyendas de Galicia y la que más terrores despierta aún hoy en día. Una procesión de almas en pena encabezadas por una persona viva (la primera con la que se hayan cruzado esa noche) y cuyo propósito es visitar, después de la medianoche, a aquellas personas a las que quieren poner en aviso de una muerte futura.
Lejos de ser un desfile de ánimas, la Santa Compaña esconde un mensaje que debe ser entendido por quienes se cruzan con ella.
La Santa Compaña aparece encabezada por una persona viva, un mortal que en sus manos lleva desde una cruz, pasando por un caldero con agua según algunos testigos. Detrás le siguen varios encapuchados que configuran un grupo que avanza entre cánticos y rezos.
La leyenda indica también que quien encabeza la procesión morirá a los pocos días salvo que traspasase su cruz a algún desafortunado testigo.
Para protegerse ante su aparición se puedo uno tumbar boca abajo, trazar la cruz de Salomón con tiza y sal o, simplemente, salir corriendo. No en vano, si el peregrino descansa cerca de un cruceiro, la Santa Compaña no podrá acercarse a él.