Corona
Toda la verdad sobre las «joyas de pasar»
La reina Victoria Eugenia inició la tradición, pero no fue ella quien le dio ese nombre. ¿Se pueden vender? ¿Cuántos secretos podrían desvelar?

La exposición sobre Victoria Eugenia que esta semana inauguraron los Reyes de España en la Galería de las Colecciones Reales reivindica la figura de la mujer de Alfonso XIII a través de fotografías, documentos y objetos personales de la última reina que habitó el Palacio Real de Madrid. Entre todas las piezas que se pueden contemplar en sus ocho espacios diferenciados, hay una joya que llama poderosamente la atención y que es uno de los motivos del éxito de esta muestra: la diadema de la flor de lis.

Se trata de una de las joyas más icónicas de esta británica que accedió al torno español recién estrenado el siglo XX. Su gusto por las piedras, además de su impecable estilo, la convirtieron en uno de los personajes de moda que, incluso, llegó a protagonizar campañas publicitarias en Estados Unidos con la única condición de poder donar los beneficios a causas benéficas. Es famoso el amplísimo joyero que adquirió durante sus años como reina, del que siempre se destaca su infinito sautoir de diamantes, actualmente dividido en varios collares, y eso que las que se suelen llevarse hoy en día nuestra atención son las mal llamadas tiaras. Porque, según indica la experta en joyería histórica, Amelia Aranda Huete, nos hemos acostumbrado a mal nombrar las cosas: «Una tiara y una diadema son el mismo tipo de piezas, pero en los países católicos la tiara es la papal y la civil es diadema. Diadema es en castellano. En los documentos e inventario aparece diadema. Tiara es un anglicismo. Pero como nos gusta todo lo extranjero y no defendemos nuestra lengua utilizamos el término inglés. La propia Victoria Eugenia utilizó el término diadema», asegura.
Explicado este concepto, retornamos a la historia de las joyas de Victoria Eugenia, la reina que dejó en su testamento una serie de piezas que debían pasar de una reina a otra. Pero, como vuelve a corregirnos Aranda Huete, no fue ella quién acuñó el término «joyas de pasar»: «La primera que lo empleó fue Doña María de las Mercedes, madre de Juan Carlos I». De hecho, pese a darle nombre, la condesa de Barcelona no siguió al dedillo lo marcado por su suegra, ya que repartió una serie de collares de perlas que, según Victoria Eugenia, debía adornar solo el cuello de la reina.

La diadema prusiana de Doña Sofía
Mermado como llegó el joyero a Don Juan Carlos y Doña Sofía, una vez en el trono la familia real fue poco a poco ampliando este tesoro. De hecho, esta última incorporó una serie de joyas de la familia real griega, como fue la diadema prusiana, o algunas pulseras de su madre, la reina Federica, y Don Juan Carlos heredó la diadema de la reina María Cristina tras un acuerdo con sus hermanas. Con motivo de la boda de Don Felipe, entonces Príncipe de Asturias, con Doña Letizia, esta recibió también una diadema de oro, diamantes y perlas de la firma Carrera y Carrera y, tiempo después, con motivo de su aniversario de boda, Felipe VI le regalaría la diadema princesa, configurando una nutrida colección que si bien no está al nivel de otras Casas Reales, tampoco tiene nada de qué avergonzarse.

La pregunta que complica todo muchas veces es saber a quién pertenecen esas piezas. Con Felipe VI la Casa Real optó por entregar a Patrimonio Nacional las joyas recibidas como regalo institucional, pero siguen conservando la propiedad del resto, que son una posesión privada de las miembros de la Casa Real. En estos momentos, Doña Sofía tiene su colección de joyas, en la que podemos encontrar, por ejemplo, el espectacular parure de los rubíes Niarchos, y Doña Letizia tiene el suyo. Pero siempre se podrían desprender de ellas, ya que no están configuradas como un conjunto inherente a la Corona. Cosa que, por ejemplo, otras monarquías sí han hecho.

La familia real danesa informa en su página web sobre la propiedad de las joyas. Así, sabemos que una parte pertenece de manera privada a los monarcas, otra al Danish Royal Property Trust (como es el conjunto de perlas Poire) y otras a las llamadas «joyas de la Corona», donde encontramos, por ejemplo, el juego de esmeraldas. Por tradición, estas últimas piezas no se pueden sacar del país.
Corona, orbe y cetro
Máxima de los Países Bajos, por su parte, también tiene sus restricciones. La Casa de Orange-Nassau depositó en 1968 una serie de joyas en la Crown Property Foundation of the House of Orange-Nassau, asegurándose por tanto que nunca se podrían vender y creando así un fondo para la reina de cada momento. La diadema que lució la argentina en el día de su boda combinaba varias de esas piezas, donde también se incluye la corona, el orbe y el cetro que se identifican con el poder real.

En el caso español, la corona y el cetro se exhiben actualmente en Patrimonio Nacional, propietario de estas piezas, así como de la corona de la Virgen de Atocha, realizada con las joyas que lucía la reina Isabel II el día que sufrió un atentado del que salvó la vida.
Esa pieza es, posiblemente, la que más nos puede acercar al espectacular joyero que atesoró la monarca de los tristes destinos y del que se desprendió durante su exilio en Francia, dejando claro que las joyas solo son de los reyes pese a que muchas veces podamos pensar que además de con una familia real, también contamos con unas joyas de la Corona.