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Julio Iglesias y el retrato de Franco en el cabecero de su cama
El cantante era uno de los que simpatizaban con el régimen, como su padre el doctor Iglesias Puga. Fueron muchos los nombres de la farándula que pasaron por el Pardo
El cantante era uno de los que simpatizaban con el régimen, como su padre el doctor Iglesias Puga. Fueron muchos los nombres de la farándula que pasaron por el Pardo.
Cuántos franquistas quedan todavía en esta España que ven sin acabar de creerlo el traslado de los restos de Franco desde el Valle de los Caídos que siendo caudillo erigió para acoger a todas las víctimas de la contienda.
Es la pregunta del momento intentando descubrir qué queda del Régimen que duró cuarenta años. ¿Siguen fiel a la memoria, se han hecho socialistas o, por el contrario, se hastiaron y no militan limitándose a seguir tirando?
En un momento así, de trascendencia y claroscuros nada victoriosos, el caso sirve para remover posturas, la mayoría bien colocadas en la sociedad actual. Deseo recordar nombres sobresalientes de aquellos años. Tengo que empezar con nuestro internacional Julio Iglesias, ahora decaído en su éxito.
Era firme en sus convicciones políticas, aunque luego, viviendo en Miami, tal postura la callaba pensando en la audiencia que estaba a 5.000 kilómetros. Tenía un retrato de Franco en el cabecero de su cama.
Nunca lo hubiesen imaginado, pero Julio no se rindió, bien aleccionado siempre por su padre, el doctor Iglesias, a quien solamente le faltaba cantar el «Cara al sol» nada más despertarse. Era de lo más marcial menos al prendarse de alguna que otra belleza, algo que mantuvo como costumbre hasta su muerte a poco de casarse con una excitante negra caribeña.
Entonces nadie se retraía ni escondía sus preferencias. Muchos con una insignia de solapa o bien llevando incluso ahora una pulsera de muñeca con la rojigualda.
En eso brillaron Carlos Larrañaga, Isabel Garcés, Natalia Figueroa y Raphael, ídolo de la esposa de Franco; Alfonso de Borbón, incluso al salir de la familia, Salva Ballesta –que llevaba un «¡Arriba España»! bordado en las botas–, José Padilla, Cary Lapique y los suyos, la Lomana, que presume de haberlos conocido en Oviedo, tierra de doña Carmen Polo; Rocío Jurado, y ya no digamos mi añorada Nati Mistral, que saludaba brazo en alto.
La acomodaticia Concha Velasco se entendía entonces con un primo de José Antonio al que luego cambió por el mucho más joven y atractivo Juan Diego, el amor nunca conoce colores y ciega.
Trajes de fiesta
En la recepción que montaban en El Pardo cada 18 de julio, Manuel Pertegaz, genio incontestable de la costura española, vistió mucho a «la caudilla», que «pagaba religiosamente», repetía...
Lo mismo me dijo el también famoso modisto Pedro Rodríguez, que habitualmente le diseñaba en Barcelona recargados trajes de fiesta por lo general con mucha pedrería. «Venía a recogerlos y a abonarlos gente de Palacio», comentaba.
Por su parte, la exquisita Pitita Ridruejo tenía fotos del general repartidas por todo su casoplón de la plaza de la Marina Española aplaudida por Julio Ayesa. Y qué decir de mi entrañable Antonio Olano, gran amigo de los Villaverde; y también Pedro Carrasco los admiraba, al igual que Lola Flores y Juanita Reina.
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