Berlín
Pola Kinski narra en «Nunca le digas a nadie» los abusos sexuales de su padre
Kinski narra en un libro los abusos de su padre. La obra está causando un intenso debate en Alemania y Europa, donde el actor es idolatrado
Con el caso de los supuestos abusos de Woody Allen a su hija adoptiva, Dylan Farrow, todavía calientes, la actualidad nos devuelve otro caso similar. «Admiro a mi padre, es un hombre fuerte, importante, y todos hacen lo que el quiere. Me compra vestidos maravillosos, y me lleva a restaurantes de categoría. Tiene el poder de llevarme con él sin que nadie diga nada. En su casa soy una princesa, pero también me angustio un poco». Con estas palabras comienza el calvario de Pola. La hija del icónico actor alemán Klaus Kinski acaba de publicar en España «Nunca lo digas a nadie» (Circe), un libro de memorias de su niñez y juventud en el que narra, entre otras cosas, su devenir de casa en casa siguiendo a su madre y sus distintas parejas por Múnich, la relación con su familia –su sentimiento de sentirse abandonada, un abuelo alcohólico–, sus años de colegio y el aspecto más oscuro nunca desvelado hasta ahora. Desde los cinco años y durante catorce, cuenta cómo fue primero acosada y luego comenzó a sufrir de manera reiterada abusos sexuales por parte de su padre. Que estaba loco y que era intratable lo sabía toda la profesión, su violencia llegaba al extremo de manchar de sangre las paredes de un hotel tras maltratar a su tercera esposa. La obra está causando un intenso debate en Alemania y en Europa, donde Kinski es idolatrado.
Pola cuenta, desde la experiencia de una niña y no desde la de un adulto, los sucesos que marcaron su infancia desde que su madre, la cantante Gislinde Kühbeck, y Klaus Kinski se divorciaron. A raíz de este hecho se fue a Múnich con ella. A pesar de la distancia, Klaus –que por entonces era desconocido y residía en Berlín– «se presenta sin avisar con regalos y me lleva con él». Todo lo que sabe Pola de su padre le llega por mensajero: «Paquetes a mi nombre, muñecas, animales de peluche, vestidos y zapatos». La niña va desgranando la personalidad pasiva de su madre y la actitud de su padre que «agita los brazos con furia. La verdad es que verlo no me alegra en absoluto. ¿Por qué tengo que ir siempre con él a todas partes, a la feria, a las jugueterías, al sastre, al hotel o a comer?», se pregunta la pequeña. «Babbo», que así le llama, se empeña en llamarla «cariño, mi muñequita, angelito mío», para luego deshacerse en besos «en los ojos, las mejillas, la boca, infinitos besos húmedos. Miro a mamá suplicándole que no me deje ir con Babbo, pero ella no dice nada y mira las palomas por la ventana. ¿Porqué lo ha dejado entrar?». La pequeña Pola se distrae de su vida anodina con ensoñaciones irreales para intentar huir del ambiente de su casa. Las pocas veces que sale, siempre es con su padre. También ahonda en su historia familiar recordando cómo se conocieron ambos progenitores. «Mis futuros abuelos miraban la relación con desconfianza. A menudo mi padre les pedía dinero», matiza. El actor decidió luego pedirle a Gislinde que se fuera con él a Berlín y en unas semanas se casaron. «El apartamento era un desván destartalado en el que la puerta no cierra. Mamá se sentía sola y asustada. Era tremendamente desdichada pero le daba vergüenza contárselo a la familia». Tras el divorcio, Klaus envía cartas diarias a Gislinde para pedirle ayuda con su carrera. «Las escribía con muchos signos de interrogación y subrayados», cuenta Pola, y destaca los delirios de grandeza del actor que terminaba las misivas con «soy un genio, soy el mesías, el que devolverá al teatro su verdadera razón de ser».
Pronto en la vida de su madre aparece otro hombre que le resta la atención que necesitaba. «Tener a mi madre para mí sola es lo único que deseo en este mundo», expresa Pola con tristeza y siempre vuelve a la fantasía: «Yo sigo humillada y me imagino que estoy muerta. Mi madre y todos los demás lloran por mí. Se arrepienten de haber sido tan fríos conmigo y de que ahora esté muerta por su culpa». Pero su vida está a punto de cambiar para siempre. «Mi padre aparece y me pide que me ponga algo elegante porque iremos a cenar con su agente. Mi madre me da el vestido de la Comunión y un abrigo blanco a conjunto». Tras la cena «yo quiero volver a casa pero él tiene que ir urgentemente al hotel». A su llegada «Babbo no permite que nadie me ayude a bajar del taxi, sólo él puede hacerlo. Me da suavemente la mano y me lleva a la cama. Sin soltarme, se acomoda sobre una montaña de cojines. Me atrae hacia el y aprieta mi mano contra sus pantalones. Noto algo duro debajo. Retiro la mano de inmediato y vuelvo a sentir náuseas. Me besa la oreja, me huele el cuello, respira entrecortadamente, excitado, y yo me siento rara. Me desabrocha el vestido lentamente, botón a botón, y me quita los tirantes por los hombros». La escena se repetirá en distintas variantes y en otras ciudades como Berlín y Roma. Allí Kinski incluso le espeta : «Aquí, en Italia, en todo el mundo, esto es completamente normal».
Pronto aparecen en escena la segunda esposa de Kinski y otra hija, Natassja. Pero, lejos de cejar en su empeño, su padre se la lleva a Berlín y vuelve a la carga porque «su mujer no sospecha nada, es muy ingenua». Para Pola parece una salida, pero las ilusiones se disipan cuando llega la noche. «Me agarra del hombro, me lleva hasta la mesa y me sube. Después no siento más nada, y vuelvo a la conciencia cuando una mano me tapa la boca. Debo haber gritado», narra Pola, que nunca confesó nada en la infancia por no saber cómo defenderse y más tarde por sentimientos de culpa y las amenazas de su padre: «Nunca en la vida digas nada de esto, jamás. Babbo me mira fijamente a los ojos y me suplica que no le cuente a nadie lo que acaba de ocurrir o él irá a la cárcel». Kinski, que empieza a ganar dinero, intenta compensar los abusos con compras como treinta pares de zapatos a medida. Pero Pola sigue sin poder dormir. Según se hace mayor comienza a entender lo que pasa y no le basta con pensar en ser una princesa de Oriente. «Corro al baño, me abrazo al inodoro y vomito, vomito hasta que no sale más que bilis», apunta. Pola empieza a ver la luz cuando escapa con un grupo de teatro por Europa. Pero en el momento que se siente mejor comete el error de visitar a su padre en su nueva casa y todo vuelve a comenzar. Con diecinueve años Pola empieza a caer en la locura y, aquejada de una úlcera incurable, decide contar su historia y terminar con una carta a su padre: «Estoy muy mal. A partir de ahora sólo te voy a ver como una hija, nunca más como un objeto sexual. Jamás vas a volver a tocarme». Kinski nunca respondió.
Violencia con preaviso
El director Werner Herzog (en la imagen, junto a Kinski y Claudia Cardinale) describió al actor como un hombre violento y peligroso en el diario de rodaje de «Fitzcarraldo» (1982), pero nada parecido al libro de su hija Pola.
«Nunca lo digas a nadie»
Pola Kinski
editorial CIRCE.
280 páginas.
17 euros
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