Barcelona
Ópera no apta para menores
El Teatro del Liceo estrena el 3 de noviembre una «Lulú» con puesta en escena de Olivier Py en la que se incluye una proyección pornográfica en el tercer acto. Por primera vez en España un teatro de ópera desaconseja la entrada a menores.
Febrero de 2010. La dirección del Gran Teatro de Ginebra colgó en su página web la siguiente advertencia: «Para traducir las intenciones del compositor y de su inspirador Frank Wedekind, Olivier Py y su equipo han recurrido a imágenes poco habituales sobre un escenario lírico y podrían chocar a un espectador no advertido». La ópera estaba desaconsejada para menores de 16 años. La polémica daba el do de pecho. No se daban más detalles sobre esas imágenes, que no eran sino una proyección pronográfica en el tercer acto de la ópera de Alban Berg mientras sonaba la «Canción del proxeneta».
Noviembre de 2010. El mismo montaje del citado Py, director de escena firmando la regia, y los mismos cantantes (la pelirroja Paticia Petibon será la protagonista) aterriza en el Teatro del Liceo. Después de una apertura caliente con la «Carmen» de Calixto Bieito, alrededor de la cual la crítica ha cerrado filas (se ha podido leer que es quizá su montaje más redondo), el coliseo sube a escena el título de Berg, que narra la ascención social y la caída de una joven seductora que termina sus días ejerciendo como prostituta y muere asesinada a manos de Jack el Destripador. Días antes de su estreno se podía ya leer en la web liceística: «La temática de la obra y la dramaturgia de Olivier Py pueden ofender la sensibilidad de algunos espectadores. Espectáculo no recomendado para menores». ¿Es esta «Lulú» una ópera para mayores de 18 años? Por primera vez un teatro de ópera en España realiza una advertencia de estas características y desaconseja el «para todos los públicos». «No hace falta insistir en el corte de edad. La ‘‘Lulú'' no es recomendada para menores porque es una ópera dura. Sí es posible que se haya exagerado con este tipo de advertencia, pero hemos decidido mantener el mismo criterio que en su día se utilizó en Ginebra», explica Joan Matabsoch, director artístico del Liceo, quien se muestra expectante ante el estreno, y añade que «podemos estar pecando de exceso de celo, pero es mejor que nos pasemos que quedarnos cortos». El montaje, con proyección pornográfica incluida, es el mismo que en febrero se vio en Ginebra.
La crítica suiza, bastante caldeada en los días previos al estreno en febrero de este año, se dividió y el montaje fue acogido con disparidad de criterios. «La película que levanta la tormenta (en alusión a la polémica suscitada) es un primer plano en el que se pueden ver varias penetraciones, pero tan difuminadas que es como mirar las olas a través de lentes enceradas», escribía la crítica especializada. Una parte aplaudió la genialidad de Py; la otra le tildó de pornográfico, con todas las letras. «¿Por qué tanto letrero luminoso de neón? ¿Qué aportan?», escribían al día siguiente de la representación. Por si no se leen bien desde el patio de butacas, éstos eran los mensajes: «I hate sex», «My heart is heavy», «I'm free», «Black sun».
Desnudos, sangre, violencia
Matabosch matiza que la proyección del Liceo «es una insinuación del espacio en el que transcurre la acción. Quien venga a buscar algo especial se va a marchar decepcionado», asegura. Sea como fuere, la polémica está servida. Cada vez son más frecuentes los montajes que incluyen desnudos, violencia, sangre a litros o alguna escena subida de tono (la enumeración sería harto prolija tomando como simple referencia esta década), «porque vamos buscando estímulos nuevos. Que haya sexo en escena no me parece mal siempre que esté contextualizado. Hemos de leer bien lo que plantea la obra: si hay que poner el acento en la violencia porque ése es el argumento, hagámoslo». Matabosch insiste en que «Lulú» es una obra no apta para un público que no esté formado, «por su crudeza. Es un título difícil que aún hoy sigue costando y que necesita por parte del espectador una preparación previa. Que vengan de casa con los deberes hechos. No es una prohibición lo que hacemos, es una advertencia», dice.
Para Giancarlo del Monaco, a quien acaban de aplaudir su descarnada «Madama Butterfly» en Tenerife, «prohibir, en caso de que se vea pornografía extrema, sí me parece recomendable, pero me da la sensación de que esto es una mera campaña de publicidad orquestada por el señor Matabosch, quien no tiene mi aplauso, para crear expectación» y no ve con buenos ojos «convertir el Liceo en un cuarto con luces rojas». «Negar la entrada a los menores de 18 años es evitar que muchos jóvenes muy preparados y apasionados por la música, que los hay, se queden en la puerta. ¿Es ése un comportamiento democrático?», se pregunta. Se muestra favorable a poner límites en el escenario («donde ya cualquiera intenta el más difícil todavía sin aportar lo más mínimo», asegura) y considera «una estafa» la advertencia de «no recomendada a menores»: «Habría, en este caso concreto, que despachar las entradas pidiendo el carnet de identidad. ¿Se exige presentarlo en la taquilla? ¿Se va a solicitar a la entrada al Liceo con los billetes en la mano?.
Es una cuestión de hacer crecer el morbo alrededor de un título de ópera, así de sencillo. No entiendo la necesidad de fotografiar sexo en primer plano ni la modernidad exagerada de determinados directores de escena por ser ellos protagonistas», concluye. Matabosch contesta al tema del DNI: «No seamos hipócritas con estos asuntos. Sí, vamos a ver sexo, pero seguro que muy lejos de lo que nos ofrece cada día la televisión. Hay programas para los que tendríamos que escanear el carnet y acreditar la edad que tenemos antes de apretar el mando a distancia», asegura. Olivier Py ha estado en Barcelona unos días, aunque el grueso del montaje lo ha dirigido a distancia. Matabosch advierte de que no vale todo: «Me producen alergia los directores que quieren llevar al escenario sus pulsiones particulares. Me dan náuseas», sentencia por si quedaba alguna duda.
El detalle
UN DIRECTOR POLÉMICO
Olivier Py, director de escena francés de 45 años, es uno de los grandes talentos emergentes de la escena al que adorna siempre la controversia. En 2005 y en el Gran Teatro de Ginebra su «Tannhausser» no era apto para todos los públicos. ¿Motivo? Un actor porno, cuya cara se cubría con una máscara de toro, salía a escena con una erección.
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