Novela

Paco Vázquez

Confieso haber tenido desavenencias con él por asuntos políticos y periodísticos puntuales y diría que aquel tipo no era en absoluto santo de mi devoción.

La Razón
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Luego pasó el tiempo, vinieron circunstancias nuevas, miré las cosas con cierto sentido de la relatividad y caí en la cuenta de que aquel tipo hacía lo que él creía que tenía que hacer y no le importaban demasiado ni la doctrina, ni las instrucciones de su partido. Era díscolo, atrevido, tenaz y tenía un punto de rebeldía y de perspicacia que le hacía parecer siempre diez años más joven que el periódico del día siguiente. El tipo del que os hablo se llama Paco Vázquez y aunque jamás nos sacudimos la espalda con las palmadas de los abrazos, ni hemos tenido nunca la intimidad conjurada del sofá, lo cierto es que le considero un amigo porque a cada golpe que le di respondió siempre con la mano abierta y una sonrisa en la cara, que es como responde la gente que distingue entre el sudor y el perfume y sabe de verdad de qué va la vida. Los socialistas ortodoxos le rechazan porque dicen que es católico, como si ser católico fuese una corruptela o una enfermedad venérea. Yo no soy religioso y jamás he rechazado la mano de ese hombre, el afecto nada empalagoso de Paco Vázquez, un tipo con la delicadeza de un galán, el tacto de un diplomático y el calor afectuoso y real de un panadero. Por eso en A Coruña arrasaba en las urnas en momentos incluso en los que ser socialista era muy mal negocio, y nadie pudo rechistarle cuando coexistió pacíficamente con don Manuel Fraga, velando sin remilgos por el interés de una ciudad que dio un vuelco a mejor durante su alcaldía. Tampoco discute nadie su ejecutoria como embajador ante la Santa Sede, donde ha sido siempre afable anfitrión de cuantos españoles quisieron visitarle en la sede diplomática, pero algunos colegas de partido le rebate ahora con saña su idoneidad para ser Defensor del Pueblo. Yo no he hablado de esto con él, pero estoy seguro de que a Paco Vázquez la estupidez de los suyos no le quita el sueño, entre otras razones, porque me consta que el ex embajador es de los que descansan despierto. Yo desde luego reconozco que si un día le apetece y me lo propone, me encantaría tomar café con él, no para conspirar, ni para recordar los viejos tiempos, y tampoco para discutir quién tiene menos prisa, sino porque sé que pasaría un rato agradable con ese tipo entusiasta, cordial y realista que sin dejar de ser creyente, sería capaz de hacer reír a Dios con un chiste de monjas.