Kabul
Una solución para Afganistán
La guerra de Afganistán no va bien. No por culpa de nuestros militares sino por la pobre estrategia que se les está obligando a seguir, claramente determinada por las políticas domésticas y las agendas de nuestros líderes occidentales, incapaces de hacer comprender a sus opiniones públicas qué es lo que nos estamos jugando en ese lejano país. Para una situación mala no hay salidas fáciles. Yo voy a abogar aquí por una dolorosa –la partición de Afganistán– tratando de demostrar que quizá es la menos mala a la vista de la situación a la que hemos llegado.
Afganistán es un invento británico que al trazar la línea Durand en 1893 fijó el límite de sus dominios, dividiendo así a la etnia pashtun entre ese nuevo país y lo que después de cincuenta años –tras su poco honrosa retirada de la India– sería Pakistán. Pero Afganistán nunca ha tenido nada parecido a un gobierno central y sus diferentes etnias se odian entre sí con el mismo fervor que detestan a los invasores extranjeros. Los pashtunes sólo representan el 40% de la población, pero se creen con derecho para gobernar a tayikos, uzbecos y hazaras, a los que desprecian. En cierto modo la misión que se le ha dado a las fuerzas armadas norteamericanas y de la OTAN en este teatro es la de que saquen a una población de la Edad Media y la transporten –transformándola– a un mundo democrático. Cuando el general McChrystal fue destituido por las opiniones que su equipo vertió acerca del círculo inmediato a Obama, el análisis que se hizo en España fue muy pobre y basado casi exclusivamente en los fantasmas domésticos del sometimiento del poder militar al político. Se estaba confundiendo la fiebre con la infección. Yo al menos así lo publiqué en algún medio, en el convencimiento de que la salida de tono de McChrystal debía entenderse como la frustrada expresión de desavenencias estratégicas que, modestamente, yo había empezado a detectar desde principios de año. Y aventuraba que posiblemente estas desavenencias podrían haberse originado al haber hecho publica la fatídica fecha de julio del 2011 para iniciar la retirada, lo que introducía un increíblemente fuerte incentivo, a los talibanes para resistir y al presidente Karzai –de etnia pashtun por cierto– para negociar con ellos. Pero si de la situación interna afgana saltamos al teatro regional en que se encuadra, veremos que los motivos para ser pesimista con el actual rumbo estratégico, son aun mayores. La ambivalencia con que Pakistán trata a su minoría pashtun y a los talibanes en particular, es universalmente conocida y muy probablemente será confirmada por las recientes filtraciones del soldado Manning a WikiLeaks –técnicamente traición– cuando sean analizadas. El pensamiento estratégico paquistaní esta obsesionado con su rivalidad con la India, lo que monopoliza todas sus líneas de acción. Pakistán no puede, o no quiere, o posiblemente las dos cosas a la vez, acabar con los talibanes a ambos lados de la línea Durand. No todos los pashtunes son talibanes, pero casi todos talibanes son de etnia pashtun. Complicándolo todo, además, esta esa internacional jihadista del crimen que es Al Qaida. La estrategia seguida por Obama hasta la fecha tiene dos grandes puntos débiles: el mencionado anuncio publico de una fecha inmediata de retirada y el apoyo fundamental que necesita de Pakistán, sobre todo en términos logísticos, dada la envergadura de la fuerza desplegada. Los lideres políticos occidentales ni tan siquiera han intentado explicar a las opiniones públicas porqué estamos luchando –y muriendo– en Afganistán. Pero es que además los europeos tampoco somos capaces de ver que si fracasamos en Afganistán, posiblemente la OTAN no lo resista y se disuelva. Y con ella la única capacidad europea de influir en materias de seguridad en el mundo. La derrota no tiene padres y si la OTAN es derrotada en Afganistán el chivo expiatorio esta claro cuál va a ser. Quizá ahora empecemos a ser un poco más comprensivos con McChrystal. Pero es que hay que matizar que si pasa todo esto, los EEUU seguirán siendo la potencia militar hegemónica pero los europeos probablemente habremos dejado de contar. Si alteramos la estrategia y nos concentramos en defender las etnias tayika, uzbeco, hazara y las otras, allí donde son mayoritarias –el norte, el oeste y Kabul– y dejamos el sur del país con mayoría pashtun en manos de los talibanes pero vigilados y controlados estrechamente desde el cielo, creo que podría funcionar. Por cierto que los pashtunes no están entrando en el Ejército y Policía afgana que estamos adiestrando en la esperanza de que se hagan cargo de la situación a partir del año que viene. Luego por ese lado no habría grandes problemas. Con esta vigilancia se cumpliría el objetivo original de la guerra que no fue otro que evitar el apoyo del gobierno talibán de entonces, a los ataques de Al Qaida contra Occidente y a la vez obligaría a definirse a Pakistán con relación a los talibanes. Haría falta algo más de tiempo, pero esto creo que es militarmente alcanzable, incluso con la limitada paciencia política occidental. No toda la violencia cesará en la zona protegida –pues habrá enclaves pashtunes y posibles infiltraciones talibanes– pero la situación será completamente diferente a la actual en Helmand y Kandahar, pashtunes y fronterizas con Pakistán.
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