Francia
Inaceptable prepotencia
La concesión del Premio Nobel de la Paz al disidente chino Liu Xiaobo ha conmocionado a la comunidad internacional, que asiste atónita a la desmesurada y prepotente reacción del Gobierno de Pekín. Las autoridades chinas han presionado hasta lo indecible para que el comité noruego no aireara ante el mundo el caso del escritor que recientemente fue condenado a once años de cárcel por reclamar reformas democráticas. Por fortuna, en esta ocasión la institución nórdica se ha mantenido firme en sus convicciones y no se ha plegado al chantaje. Es inaceptable que el régimen chino se permita amenazar a Noruega con represalias por este galardón o que arroje infamias sobre Liu Xiaobo, intelectual intachable que a estas horas aún no sabe que es el Nobel de la Paz de 2010 porque está sometido a un hermético régimen carcelario que sólo le permite ver a su mujer muy de vez en cuando. El hecho de que Pekín cortara todas las retransmisiones radiadas y televisadas del anuncio del galardón da una idea de la naturaleza dictatorial de su sistema político. No es ninguna novedad, desde luego, que China carece de un Estado democrático y que los gobernantes violan de manera sistemática las libertades fundamentales. Convertido en la segunda potencia mundial gracias a la gran maquinaria económica y financiera que ha puesto en marcha en las últimas décadas, el gigante asiático se ha amparado en la tupida red de intereses comerciales que ha ido tejiendo para garantizarse la impunidad ante la comunidad internacional. Muy raro es el país o el gobierno occidental que se atreve a denunciar la represión del régimen y la persecución de los disidentes políticos. Triste ejemplo de este mirar hacia otro lado lo dio ayer el presidente español, que se negó a pedir la liberación de Liu Xiaobo para no irritar a uno de los principales compradores de la deuda española. Sorprende y desazona que Zapatero no se haya sumado a la reacción de EE UU, Alemania, Francia e Italia, que sin llegar a ese nivel de exigencia que suelen exhibir con países más modestos, al menos sí han solicitado la liberación del disidente. Pero más allá de la postura particular de cada país, que retrata a sus gobernantes, lo que ayer se echó en falta de modo clamoroso fue la reacción de Europa como entidad respetada y respetable. Sus principales instituciones callaron ante el matonismo de Pekín y sólo el presidente del Parlamento acertó a esbozar una felicitación al premiado; ni la Comisión Europea ni el presidente Van Rompuy ni la jefa de la diplomacia lady Ashton consideraron oportuno apoyar al disidente y criticar a los carceleros.
Todo ello pone de manifiesto que la larga marcha hacia la democracia en China, que han iniciado personajes excepcionales como Liu Xiaobo, choca no sólo con la muralla de un régimen dictatorial sino también con la tibieza de unos gobiernos occidentales que anteponen los intereses a los principios. Da la impresión de que los países democráticos no han aprendido la primera lección de la actual crisis económica: que el progreso es ilusorio cuando se violan los fundamentos éticos de la actividad mercantil y se comercia sin escrúpulos. Sin libertad no hay prosperidad duradera.
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