Murcia

Amnistía

La Razón
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Por razones que no vienen al caso –entre las cuales se incluyen familiares y personales-, cuando se estaba gestando la llamada «Ley de Amnistía» en mi interior algo se sublevaba, se oponía a que quedaran impunes muchas actuaciones/delitos, y no de individuos lejanos sino próximos en el tiempo, cercanos en el espacio y conocidos profesionalmente.
Pero, la decisión mayoritaria que condujo a su aprobación, hizo que me replanteara su alcance y, sobre todo, su significado; y la acepté, pese a que con la etiqueta de «delitos» políticos se incluyera hasta el terrorismo, con la vana esperanza de que acabado el Régimen se acabarían los atentados. Era el paso definitivo para la reconciliación, y el puente tendido para unir las dos orillas (no los extremos, estos van siempre unidos de la mano de la irracionalidad sectaria).
Y a partir de ahí se empezó a caminar, se empezó a cambiar, tanto, tanto, que asistí a «cambios» que dejarían en evidencia al sufrido por el Santo de Tarso. Y vi aumentar de chaquetas el fondo de armario de soplones, delatores, adeptos y «adictos», ahora de izquierdas de toda la vida; también vi lo contrario, y la fidelidad de muchos a su ideología.
Todo normal, entonces ¿qué me empuja a escribir esto?: la desfachatez maniquea, oportunista y trasnochada de los que en su momento exigían la amnistía (Amnistía y libertad, amnistía y libertad/ todas las voces en una/ amnistía y libertad», cantaban cual posesos hasta desgañitarse) y ahora exigen su derogación. ¿Estaban ciegos entonces y ahora han visto la luz? Ciegos eran y ciegos son. Yo sí lo vi y me entristeció, después lo asumí sin cerrar los ojos.