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Significados del Nobel por José María Marco

La Razón
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El Nobel de la Paz de este año, otorgado a la Unión Europea, pertenece a la moda de los premios un poco absurdos otorgados a organizaciones o instituciones demasiado grandes como para servir de ejemplo a nadie. Un día de estos darán el Nobel al islam y a la Iglesia católica (conjuntamente) o tal vez al sol, por calentarnos, a los pájaros por alegrarnos los oídos o a los árboles, por proporcionarnos oxígeno... Sea lo que sea, el Premio Nobel de la Paz sigue siendo por ahora una declaración política y no exclusivamente lírica. Conviene valorarla en lo que vale.
El comunicado de prensa –poco brillante, la verdad– insiste en una idea clave, que es la relevancia de la Unión Europea en la paz que ha reinado en el Viejo continente desde su constitución. Efectivamente, la Comunidad, luego Unión Europea, se formó para superar en una nueva forma de integración económica y política a países que, como Francia y Alemania, se dejaron arrastrar por la pulsión letal del nacionalismo. La Unión Europea se creó para luchar contra el nacionalismo. En otras palabras, para luchar contra nacionalismos como el vasco y el catalán.
Que en España el nacionalismo haya ejercido de polo ideológico progresista para la izquierda no anula esa realidad, recordada de nuevo estos días. Debería impulsar alguna vez a una reflexión seria sobre el asunto. No hay europeísmo posible si no es depurado de la barbarie nacionalista. Y la solución al problema que la izquierda tiene con España –con la propia palabra, con su cultura y con el hecho nacional español– no se solucionará apostando al mismo tiempo por los nacionalismos locales y por el europeísmo supranacional. La Unión Europea es y seguirá siendo un conjunto de naciones estables y democráticas, no una amalgama de tribus fanatizadas. La idea de que en este contexto la realidad nacional española podrá ser obviada es una fantasía para salir del paso. Ya ha durado demasiado.
El comunicado del Comité noruego hace también referencia a las dificultades económicas de los países europeos. En este punto, el Premio resulta más ambiguo, porque no se sabe muy bien qué respalda. Por un lado parece animar a las reformas. Por otro, se diría que refuerza la idea de que los países europeos pueden continuar con su política de austeridad sin crecimiento –es decir, sin medidas que rebajen el aplastante peso de los Estados– y seguir soñando con la utopía socialista de trabajar poco y seguir viviendo a lo grande. Con sus ambigüedades, el Comité noruego parece estar contribuyendo a hacer la reforma un poco más difícil de lo que ya es. Es verdad que estamos en una situación muy complicada. Por eso mismo convendría que las instituciones marcaran el rumbo con algo más de claridad.