El Cairo

ANÁLISIS: La tiranía de los militares por Daniel Pipes

La Razón
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El Ejército ha subvencionado a los partidos políticos islamistas. Siete semanas después del inicio del proceso electoral, siete indicios apuntan un fraude de gran escala. Mohamed El Baradei abandona las presidenciales denunciando sus irregularidades. El Partido de los Egipcios Libres, una formación política relevante de corte liberal clásico, anunció el 10 de enero que había presentado más de 500 denuncias de fraude en los comicios a la Cámara Baja, «pero no se ha adoptado ninguna medida jurídica» de respuesta. El partido se retiró de la carrera presidencial porque «los que vulneran el reglamento son recompensados con avances electorales y los que respetan las leyes son castigados», y solicitó su anulación.

Seis candidatos parlamentarios presentaron denuncias contra un amplio abanico de funcionarios y exigían que se anularan las elecciones y se volviera a fijar una fecha, según informó el rotativo «El Badil» en su edición del 10 de enero. Uno de los candidatos, un miembro del Partido Wafd de nombre Ibrahim Kamel, explicaba qué se había hecho con documentos públicos que indican que menos de 40 millones de egipcios tenían derecho a votar, mientras que las elecciones actuales incluían a 52 millones de votos depositados, lo que implica que hay 12 millones de votos fraudulentos. Este incremento del número de votantes se había logrado, decía, cogiendo los nombres y la identificación de votantes legítimos y duplicándolos en diferentes colegios electorales de 2 a 32 veces.

 Mamdouh Hamza, director del Consejo Nacional Egipcio, una organización no gubernamental, confirmaba esta manipulación electoral al «El Badil», tachándola del «delito de fraude más grave cometido en la historia egipcia». Exigía que los comicios a la Cámara Baja fueran convocados de nuevo, partiendo de cero.

En contraste, los victoriosos islamistas, que desprecian la democracia, no hacían ningún esfuerzo por ocultar su éxito electoral debido al fraude. Los hay que han llegado a afirmar orgullosamente y sin paliativos que era su deber islámico hacer trampas. Tal'at Zajrán, un destacado salafista, llamaba «infiel», «criminal» y «sacado de los Sabios de Sión» al sistema electoral democrático. Observaba de forma cínica que «manipular las elecciones era nuestro deber; Alá nos recompensará por esto».
Llamativamente, el salafista Zajrán también elogiaba al secretario del Consejo Supremo Tantaui: «Igual que reconocimos la bay'a [el juramento islámico de lealtad] de Mubarak, ahora apoyamos al Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas. Si Tantaui decide permanecer en el poder, le vamos a apoyar hasta que muera». Las informaciones indican que islamistas y Ejército están trabajando juntos sin ningún problema en cuestiones como la autonomía militar o las enmiendas a la constitución de 1971. Su cooperación tiene sentido, dado que los islamistas aspiran a la unidad musulmana con el fin de centrar toda la atención en el enemigo infiel (judíos y cristianos en particular).

Con tantas pruebas de fraude electoral al alcance de la mano, desconcierta que políticos, periodistas y académicos occidentales sigan considerando los burdos resultados de la vuelta de las elecciones egipcias recién concluida una expresión válida de la voluntad popular.

 ¿Dónde están los periodistas cínicos que arrojan dudas sobre el hecho de que los salafistas salgan de ninguna parte para hacerse con el 28% de los votos? ¿Por qué los analistas inflexibles que perciben la realidad de las elecciones amañadas de Rusia y Siria pican en «el delito de fraude más grave cometido en la historia egipcia»? Tal vez porque están dando a El Cairo un permiso a cuenta de haber cooperado con las potencias occidentales durante casi 40 años; o tal vez porque el mariscal Tantaui manipula (a los periodistas) de forma más convincente.

Teniendo en cuenta el desprecio explícito del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas por los resultados electorales, también sorprende que los analistas esperen que el Consejo marque de forma relevante el futuro del país. En realidad, el Consejo Supremo manipuló las elecciones recientes en su propio beneficio; los islamistas son los peones de esta tragedia, no piezas importantes. Estamos siendo testigos no de una revolución ideológica, sino de un cuerpo de oficiales del Ejército que sigue dominando para dar cuenta de los dulces frutos de la tiranía.

 

Cynthia Farahat
Activista egipcia que ha participado en la elaboración de este artículo