CRÍTICA DE CINE / «El demonio bajo la piel»: El tedioso mal

Winterbottom se ha ganado el puesto de autor mercurial de la década. Difícil ponerle otra etiqueta que la de catacaldos: su filmografía es la crónica de una curiosidad impaciente, siempre dispuesta a mirar hacia otro lado sin acabar la frase que empezó. En el mejor de los casos, su cine se contagia de esa energía atolondrada y el resultado es pura fiesta («24 Party People») o pura seriedad («In This World»). Como hizo con el western en «El perdón» o con la ciencia-ficción en «Código 46», ahora se enfrenta al género negro para reformar sus hábitos. La novela de Thompson es droga dura, el monólogo interior de un psicópata con disfraz de sheriff. Winterbottom no sabe resolver, desde la puesta en escena, los retos de un relato que trabaja la subjetividad en clave de feroz verborrea mental y se limita a seguir el libro de estilo de un «neonoir» más propio de los 90 que del siglo XXI. Dos secuencias de violencia brutal insisten en ser el epicentro de un filme que parece agotar su energía en ellas, como si fuera Winterbottom el que pega las palizas y no su protagonista, cuya secreta motivación es sacar el sádico que lleva dentro neutralizando con sonrisas a quienes puedan detectar su locura. En esas dos escenas y en la interpretación de Casey Affleck reside el único atractivo del primer filme tedioso de Winterbottom.