Ministerio de Justicia
La paradoja de nuestra justicia por Enrique López
Hace unos días tuve la oportunidad de compartir unas jornadas con un grupo de jóvenes jueces (jueces y juezas en adelante), llevándome una grata sorpresa. En principio, yo formaba parte de otro grupo de veteranos, cuya función era transmitir nuestros conocimientos adquiridos, fundamentalmente mediante la experiencia, a estos jóvenes jueces. Mas, al final, te das cuenta de que la vida es una permanente lección y, de igual manera que los mayores transmitíamos experiencias a los jóvenes, éstos a su vez nos enriquecían con sus impresiones, haciéndonos recordar sensaciones que el paso del tiempo te ha hecho olvidar. La función del juez, más allá de su construcción constitucional como responsable de administrar un poder del Estado mediante la resolución de conflictos con arreglo a la Ley, es un trabajo, una dedicación que en sí misma ofrece muchas dificultades y a la vez muchas satisfacciones. Estos jóvenes, con sus temores, con el respeto a su reciente responsabilidad y también con su preocupación por las dificultades actuales, nos forzaron a rebuscar en nuestra memoria para actualizar todas aquellas ilusiones e impresiones que hace más de un cuarto de siglo muchos también teníamos. Tras una rápida comparación entre sus preocupaciones, las que teníamos nosotros hace 25 años y las que en aquellos tiempos nos transmitieron otros jueces mayores, me doy cuenta que, si bien las circunstancias han cambiado mucho, aquellas inquietudes siguen siendo las mismas. Por desgracia, la función de juzgar se encuentra colocada en un lugar preminente de eso que se denomina sistema de Justicia y en España vivimos siempre inmersos en una permanente reforma de la Justicia. Parece que este proceso de reforma es una especie de maldición en sí mismo, tal cual la roca pesada que arrastraba Sísifo y que, cuando llegaba a la cúspide de la montaña, volvía a rodar hacia abajo, retornando a lugar de salida, y así permanentemente. Parece que de forma inevitable la Justicia en España no es capaz de abandonar sus seculares problemas y, por más que se hacen esfuerzos en su actualización, mantenemos siempre una valoración de partida, en la que nada cambia, en la que nada mejora. Obviamente, esto no es así, nuestro sistema de Justicia ha mejorado mucho en los últimos años, se han invertido recursos y los resultados, a pesar de lo que se cree, son mejores. No obstante, la valoración del sistema en su conjunto es negativa y cada vez lo es más. Resulta paradójico que, a pesar de los evidentes avances, los españoles cada vez valoren peor la Justicia. Pero, para el juez como profesional, trabajar en este ambiente hace mucho más difícil su dedicación, genera una constante frustración y sólo te queda, que no es poco, la satisfacción del deber cumplido. Cada proyecto político que surge tras unas elecciones, se plantea como objetivo reformar la Justicia y ponerla al día, lo que supone en sí mismo una negativa valoración inicial que parece rechazar cualquier avance. A pesar de ello, la sociedad española sigue valorando de forma muy positiva al juez y su trabajo, siendo muy crítica con el sistema, pero no con la persona. Pese a todo, trabajar en medio de esta paradoja es muy difícil. El juez español ha sido desde hace mucho tiempo un profesional muy cualificado, cuya formación es superior a la de muchos países de la Unión Europea, y esto no lo digo yo, es la valoración que se hace en organismos europeos. Esto nos ha llevado a trabajar de forma muy activa en el fortalecimiento del Poder Judicial de países americanos y de la Europa oriental. Por ello, convendría que, en cualquier proceso reformador de la Justicia en España, se partiera de esta fundamental base. Los jueces españoles, al igual que otras altas funciones del Estado cuya selección se hace mediante el sistema de oposición, acceden al ejercicio de la jurisdicción sin tener que deber nada a nadie, más que a su propio esfuerzo y al de aquellos que les auxiliaron económicamente para poder formarse, normalmente sus familias. Esto elimina de raíz el clientelismo político en la carrera judicial, y ello es de una radical importancia. Ahora bien, esto no evita que en el seno del Poder Judicial exista una gran pluralidad social que se transforme en diferentes formas de concebir un sistema de justicia, pero no en radicales diferencias en el momento de interpretar la norma. Nuestro sistema de Justicia adolece de dificultades, fundamentalmente en su organización, en la calidad de las leyes y en recursos materiales, pero no en recursos humanos. Los tenemos y de los mejores. Lo que he predicado de los jueces es extensible a fiscales, secretarios judiciales, forenses, funcionarios de carrera, etc. Por ello, conviene no equivocar el tiro y no centrar las reformas en lo que mejor tenemos, y, por contra, descuidar los flancos más débiles: la organización, las leyes y los recursos materiales. En definitiva, la roca de Sísifo.
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