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Pérez Crespo por José Clemente
Antonio Pérez Crespo, padre fundador y primer presidente de la preautonomía murciana, firme defensor del trasvase Tajo-Segura, amigo personal, colaborador de LA RAZÓN y vecino, era un hombre sin enemigos, y si los tenía, que los tuvo, se hacían pasar por ser sus mejores y más activos defensores, hasta el extremo de llegar a hablar bien de él. Y es que como bien decía Antonio Machado: «Es propio de todos los hombres con cabezas medianas embestir contra todo aquello que no les cabe en la cabeza». Me crucé con Pérez Crespo días antes de su fallecimiento en la avenida de la Libertad. Hablamos, aunque brevemente, de «La Pepa», la constitución de Cádiz cuyo bicentenario se celebraba pocos días después, y le pedí un artículo sobre cómo se vivió aquél 19 de marzo de 1812 en la Región de Murcia. Me dijo que no podía, que no se encontraba bien y que había tenido una recaída. Nos despedimos con un abrazo, como siempre, y tuve la extraña sensación de una despedida. No voy a enumerar la lista de cargos que ocupó en su dilatada carrera, que fueron muchos y diversos, sino de la persona, del amigo, del hombre cercano, austero, que lo dio todo por su tierra, en la política, como estudioso y clarividente investigador y de su compromiso con los suyos y los problemas que más preocupaban a los murcianos. Pérez Crespo es, ante todo, un humanista, tal vez por su condición de hombre religioso y presidente de los «Propagandistas», pero también porque iba en su persona. Los escasos críticos que aún quedan de su obra aprovechan ahora para echarle en cara que se perdiera en Albacete en aquella recta final del «café para todos», cuando en plena disolución de la UCD de Suárez había que tomar la dura decisión de anexionarse a una provincia donde la mayoría de su población prefería ser cola de león a cabeza de ratón. Cierto es que lo que pedían los albaceteños era más bien poco y Pérez Crespo optó por la esperanza, que siempre es alegre, y no por el recuerdo, donde todo es melancólico.
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