España
Veraneante cultural
Un especímen harto dañino. Sorprende en las playas. La playa tiene eso. Que procura la indefensión absoluta. La única defensa playera contra el pelmazo es el mar, y el agua está muy fría. El veraneante político-cultural abunda en la cornisa cantábrica. Es todo aquel que, aprovechando que la víctima se halla en traje de baño y en la playa, se acerca, saluda, y procede a iniciar una crítica acerca de un libro, de un concierto o de la sentencia del Tribunal Constitucional respecto al Estatuto de Cataluña. Los hay que incluso llevan a la playa pliegos de firmas para apoyar protestas de los ecologistas de la zona. Sólo se puede escapar del veraneante político-cultural de dos maneras. Corriendo alocadamente hacia la orilla con el fin de experimentar la tremenda impresión que produce el contacto con la gélida ola, o dirigiéndose a toda prisa hacia el aparcamiento para huir de la playa. La tercera opción, la de excusar la firma del pliego ecologista por carecer de bolígrafo a mano e iniciar un paseo por la playa no es recomendable. El pelmazo político-cultural de la cornisa cantábrica siempre lleva un bolígrafo a mano y acostumbra a ofrecerse como acompañante andariego.La abundancia de esta especie es la que me aconseja no frecuentar la playa. Ayer, día que nació y murió luminoso en el norte de España, el tostón del veraneante político-cultural se centró en la nueva novelística policíaca sueca. Día luminoso pero con viento del nordeste y pleamar al mediodía. Pocas posibilidades de fuga. Elogié con medida la nueva novelística policíaca sueca, y con la excusa del paseo pude separarme diez metros del violador de mi intimidad. Agilidad portentosa la del delincuente. Se colocó a mi babor y sabedor de que las posibilidades de charlita con las novelas suecas de protagonista eran muy angostas, me hizo un comentario estremecedor: «Vamos mal».Ese «vamos mal» encerraba demasiadas trampas. Porque vamos tan mal en tantos aspectos que las posibilidades de mantenerme sometido al pelmazo eran innumerables. Me defendí asegurándole que no íbamos tan mal en el «British Open», con cuatro españoles entre los diez primeros. Quedó algo desconcertado. Se refería a la controversia eólica, a las virtudes y defectos de la energía limpia. «En diez años, todas estas dunas estarán abarrotadas de molinos de viento. La política es dinero».Soy persona de razonables reacciones. Me repugna la violencia. Pero por ahí no pasé. «La política es dinero –le dije–, y el verano es descanso. No le conozco de nada, estoy indefenso en la playa, me importa un bledo su opinión sobre la novela sueca, vamos mal en muchas cosas y quiero estar solo». El desenlace de la tragedia, muy negativo para mi persona. «Es usted muy antipático. Se lo tiene muy creído». Y desapareció. Afortunadamente no llevaba un pliego de firmas para mantener intactas las dunas o cambiar el nombre de una plaza o de una calle. No obstante, y por dejar zanjado el peligro, me bañé. Y todavía, un día más tarde, no he conseguido reponerme de la desagradable inmersión en las procelosas aguas del Cantábrico. Ni de la inmersión ni de la ridícula situación de verme en traje de baño, mojado, con los pies empanados de arena, con un frío del carajo de la vela y las lágrimas a punto de cauce, y otro pelmazo político-cultural que me rodeó en la orilla y con tono de consternación me soltó: «A ver si somos más duros con el Gobierno. Usted ya no es el que era».Y por esas tristísimas circunstancias transcurro.
✕
Accede a tu cuenta para comentar