Pamplona

Sebastián Castella cierra San Fermín con un triunfo

Sebastián Castella prendido por el quinto de la tarde
Sebastián Castella prendido por el quinto de la tardelarazon

Buen toro. Buen torero. Binomio perfecto. Casaba la historia. La historia del segundo. Después de un Jandilla, el que abrió plaza que podría haber ido a un museo como ejemplo de toro acochinado o inflado a última hora. Algo raro... Pero el segundo tuvo temple y nobleza en la muleta de Sebastián Castella y le vino como anillo al dedo. El fulgor inicial lo encauzó en tandas boyantes, vibraba la alegría en toreo ligado, diestro y de mano bajo. Transmitía fácil mientras la plaza parecía un manicomio ajena a lo que ocurría en el ruedo. Se desató ayer la guerra de las peñas. A ver quién cantaba más, peor y más fuerte. De escuchar un olé, o festejarlo, ni hablamos. Insoportable. Menos lucido era el toro por el izquierdo, menos fino estaba también el torero y antes de que el contagio se extendiera, le cogió el punto por circulares y en una estocada que le puso las dos orejas en sus manos. Esta vez, sí. Casi lo paga con sangre en el quinto. Cuando se puso por el derecho. Directo se fue y la cogida resultó espeluznante. Dolorosa verla. Al parecer salió ileso. Siguió por el izquierdo, por donde el toro tenía violenta movilidad y el francés no acababa de ganarle el pulso. Suponía un combate a sangre y fuego, era evidente que lo que se cocía en el ruedo era peligroso, aunque la charanga siguiera a pleno rendimiento, cuando el toro casi le parte por la mitad, también. El Juli, qué gran torero, ni escuchó una tibia ovación por volver a hacer el paseíllo después de que un toro dos días antes le corneara en el escroto aquí, en esta misma plaza: con perdón, manda huevos. Si ni reconocemos los gestos de la memoria reciente, qué no dejaremos para el olvido. Todo se lo llevó el acochinado primero, que tenía una morfología de estudio y estaba vacío por dentro. No quiso el cuarto tampoco poner las cosas en su sitio. Cabrón. No se hizo justicia ni con retraso. Salió el toro remolón, parado y descompuesto. Y así, imposible al cuadrado. Miguel Ángel Perera se las vio con un tercero que había repartido lo suyo en el encierro. Sosote y de poco fiar el toro se encontró con una muleta firme y poderosa. Estaba justito de energías el sexto. A la faena de Perera le sobró motivación y valor para hacérselo todo cerquita y faltó limpieza en el trazo. Si lo mata, a Pamplona la tenía contenta...