Instituto Cervantes
Cervantes y su tocayo Bosé
«Don Quijote de La Mancha». Autor: M. de Cervantes. Producción: Z. Zhiquiang. Director: M. Jinghui. Escenografía: Z. Wu. Iluminación: W. Qi. Reparto: G. Tao, L. Xiaoye, H. Qing, Z. Yicheng, Z. Xiaosu... Guitarrista: M. Xinle. Festival de Almagro. Antigua Universidad Renacentista, 23-VII-2011.
¿Qué pinta «Sevilla», de Miguel Bosé, en una escena clave del «Quijote»? Nada... O todo. Depende del cristal con que se mire. Situada en unas coordenadas tan alejadas de la sensibilidad occidental como es la mirada de un artista chino a un clásico español, la Compañía Nacional de Teatro de China ha debutado en España, y con qué texto, para el fin de fiesta del Festival de Almagro. Su visión del «Quijote» es occidental en la estética: su hidalgo, enjuto, con peto, adarga y lanza, responde al imaginario consolidado aquí. Y la adaptación no tiene pega, es complejo meter a Cervantes en dos horas y media: cualquier «traduttore» es «traditore», y cualquier tijera acierta y yerra a la fuerza. Pero no se acusa en esta selección de episodios.
Algarabía en mandarín
Más allá de la estética, sin embargo, pronto queda claro que estamos en otro continente. Las dificultades son más bien culturales. Se intuye en Guo Tao un sobresaliente esfuerzo y un actor de primera, con un Alonso Quijano doloroso y enloquecido. Lo mismo que en el Sancho vital y campechano de Liu Xiaoye, o en el resto de la compañía, que realiza un trabajo notable. Pero hay que suponer, porque los códigos de actuación en su lengua y cultura están tan alejados de la nuestra que se hace complejo apreciar lo que, por momentos, parece griterío, desenfreno y exceso en el cantarín mandarín, sobretitulado en español. La algarabía del hogar del hidalgo, o el atropellado relato de Cardenio y Luscinda parecían uno de esos relatos épicos de guerreros que facturan sus cineastas. Sin embargo, allí donde se serenaba el ánimo, como en los monólogos de Guo Tao, se apreciaba que el director, Meng Jinghui, había comprendido la tensión trágica del personaje y su dimensión romántica, más allá de la burla pretendida por Cervantes.
Es en el terreno visual donde cabe quitarse el sombrero ante la propuesta de Jinghui, del iluminador, Wang Qi, y del escenógrafo, Zhang Wu, que se adentran en un viaje capaz de mezclar en pequeñas dosis lo folclórico y hortera –el «momento Papito» o una escena de flamenco imperdonable– con grandes cantidades de poesía y de buen gusto. Proyecciones con grabados de Doré, sombras agigantadas que dotan de una nueva frescura a la escena de los molinos y bosques de faroles esféricos llenan esta propuesta, austera por lo demás, en la que hay mucho de juego. Sin duda interesante, aunque para valientes: hubo deserciones entre el público.
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