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El otoño de Bélgica por Andrés Merino Thomas
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Bélgica no tiene protocolariamente una Reina Viuda. Tras la muerte de Balduino, en 1993, una de las primeras decisiones del nuevo rey, Alberto II, y del Gobierno, fue que en el país coexistieran en el ceremonial institucional, con toda normalidad, dos soberanas. Paola, reina consorte de los belgas, pasó a un lógico primer plano, seguida de la reina Fabiola de Bélgica, a secas. La opinión pública entendió con claridad este homenaje a quien había compartido el trono con el anterior monarca durante más de tres décadas.
Algunos tuvieron dudas sobre el papel de la soberana a partir del luto. Aunque biografías almibaradas o elogios cortesanos se empeñen en negarlo, nunca tuvo un carácter fácil. Con manías, pero un gran corazón y una inmensa capacidad de sacrificio, había sido una gran reina europea. Cuando cedió su lugar a la nueva soberana, un antiguo jefe del Gabinete del rey de los belgas afirmó rotundo: «La reina ha sabido ser. No lo duden. Ahora sabrá estar». No se equivocó.
El tiempo lo ha demostrado. Hace justo tres años, su delicado estado de salud la obligó a reducir drásticamente su agenda de actividades. Es lógico que, aunque se recuperase, las razones de la edad limiten también sus apariciones públicas a las ceremonias familiares o los aniversarios, en los que sigue representando con mucha dignidad el papel simbólico de la Corona belga. Y mantiene vivo el contacto con España, a la que viaja ya con muy poca frecuencia. Fabiola supo ser. Ahora, vive un plácido otoño.
Andrés Merino Thomas
Historiador y periodista
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