Crítica de cine
La ilusión del contagio
Ahora resulta que Ben Ali era un dictador. Ahora resulta que la Internacional Socialista cae en la cuenta y expulsa a su partido. Ahora resulta que la izquierda cree que la libertad puede extenderse como un rollo de césped artificial. Y ahora resulta que esa misma progresía confía en que se genere la fascinación, la emulación y el contagio en los países vecinos, de manera que la ola democratizadora golpee de lleno el Magreb, el Mashrek y el Sahel. ¡Hay que ser ilusos! Lejos de la revolución o el golpe, Túnez ha estallado como consecuencia de un proceso de implosión. Nadie lo previó. Y naturalmente algo debió anticipar la siempre timorata Unión Europea, cuyo apoyo a las reformas en la ribera sur del Mediterráneo ha sido ciclotímico, flojo y chapucero. Seguramente por eso sigue interpretando a oscuras las claves del cambio. Pero salvo sorpresas, la transición será imperfecta. Ni se sale de un régimen de terror ni se va a una sociedad abierta. Con suerte, se dejará de lado la violación de los derechos humanos y las libertades fundamentales: información, asociación, pensamiento, conciencia y religión. Poco más.
No se desactivará la bomba demográfica, ni la corrupción, ni la frustración, ni el desempleo, ni el dirigismo estatal. Entendía el gran campeón en la lucha por la democracia, Natan Sharansky, que una vez que la gente vive en la libertad, ya no quiere vivir en el miedo. En realidad, los tunecinos ni tocarán lo primero ni han sido mortificados por lo segundo.
✕
Accede a tu cuenta para comentar