Galicia
Ausencias calculadas
La indiferencia no olvida lo que los problemas recuerdan. Atinado proverbio oriental, perfectamente aplicable a Rodríguez Zapatero. Al margen de su censurable actitud diplomática ante la visita de Benedicto XVI, y su total ausencia de Galicia, en un Año Jacobeo, es difícil entender qué hace el presidente del Gobierno en Afganistán con la que está cayendo. Tal parece que las fisuras en el partido, la revuelta de los «barones», el negro horizonte electoral y la crisis económica no hacen mella en un líder noqueado, a espaldas de la realidad.
Con toda su sabiduría vaticana, bien ha dicho el secretario de Estado de la Curia que a nadie se le obliga a escuchar misa. Zapatero está en su derecho a no profesar creencias cristianas, incluso a no tener ninguna. Pero las obligaciones de un gobernante ante la visita de un Jefe de Estado van más allá de convicciones religiosas. Nuestro presidente delega sin complejos en el omnipresente Rubalcaba, astuto como una ardilla y apagafuegos de debates cada vez más absurdos, como los grotescos apellidos. En su maquiavelismo latente, Zapatero planifica sus ausencias. En tiempos de agitación, que otros den la cara. Sobre todo cuando su presencia es una sangría de votos para el PSOE, en medio de la incógnita de si será o no candidato. Erigido en líder de la paz, viaja al polvorín de la guerra. Cuando los problemas de casa afloran, mejor marcharse a los confines del mundo. Veremos si después de mayo, algo dicen los suyos ante tanta dejadez calculada y arriesgada.
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