Pekín
Despierta el espectro de la Guerra Fría
La crisis coreana dispara la tensión entre China y Estados Unidos. Pekín se opone a las maniobras conjuntas en el mar Amarillo, que empiezan hoy
Los tanques de Estados Unidos y los famélicos soldados de la China maoísta se enfrentaron a principios de los años 50 en la Península coreana, donde se toparon mientras defendían a sus respectivos aliados. Ha pasado más de medio siglo desde entonces, pero Washington y Pekín siguen sin ponerse de acuerdo en el paralelo 38, alrededor de la barrera de minas y barricadas que sirve de frontera a las dos Coreas. Se trata de un residuo de la Guerra Fría que se ha puesto al rojo vivo con la última escalada de amenazas.
Hoy por hoy, ni EE UU ni China tienen intención de empantanar aquí a sus ejércitos. Pero cada país defiende su propia fórmula para encarar el conflicto, a tono con sus intereses nacionales. Tras el bombardeo indiscriminado, este martes, de la isla de Yeongpyeong, Washington ha optado por reforzar su presencia militar en el mar Amarillo, enviando el portaaviones George Washington a unas maniobras navales conjuntas con Corea del Sur, con las que se pretende intimidar al régimen de Kim Jong-il.
Pekín ha reaccionado con críticas, diciendo que se opone a «cualquier acción militar no autorizada». Mientras Washington sostiene con su flota la defensa militar surcoreana, China no da por finalizada su alianza histórica con Pyongyang. Según los expertos, se trata de una relación cimentada por intereses ideológicos, económicos, pero sobre todo estratégicos: Corea del Norte cumple el papel de tapón frente a la influencia americana, al ser el único país de la región que no alberga tropas estadounidenses. Así, cada vez que Corea del Norte provoca a sus vecinos, el Partido Comunista Chino no sólo no lo condena, sino que insiste en la necesidad de negociar y dialogar para evitar una guerra y encauzar el desarme.
«Es difícil saber por qué China no presiona más a Corea del Norte. Mi impresión es que tratan de controlar a su líder», dijo el jefe del Estado Mayor Conjunto de EE UU, Mike Mullen, en una entrevista con la CNN divulgada ayer. El Gobierno chino asegura que su influencia sobre Kim Jong-il es limitada, a pesar de la dependencia económica. Jia Qingguo, miembro del Comité Central del Partido Comunista Chino, asegura que «China nunca permitirá a Corea del Norte iniciar ninguna guerra donde podamos acabar siendo arrastrados. Forzaremos a Corea para que modere su actitud. Su comportamiento resulta peligroso para todos. Si mantienen esa misma actitud, Pekín tendrá que presionar a Pyongyang».
Asustado ante una escalada de amenazas que podría poner en peligro la gran prioridad nacional (el desarrollo económico), Pekín inició ayer una ronda de contactos con las dos Coreas para intentar rebajar la tensión. Ayer, en la víspera de las controvertidas maniobras militares en el mar Amarillo, el tono de las amenazas se rebajó considerablemente. En las próximas horas sabremos si era el indicio de que la crisis ha llegado a un punto de inflexión.
El Ejército clama venganza
Los cuatro cadáveres que ha dejado la última provocación de Kim Jong-il fueron enterrados ayer en funerales separados. En el primero, se dio sepultura a los marines, con pompa militar y bajo el grito de «venganza». Algunos altos mandos se dejaron llevar por la emotividad y la impotencia, pronunciando discursos incendiarios en los que se habló de devolver el golpe. Menos solemnes fueron las exequias de los dos obreros aplastados por la artillería. «La culpa de todo esto no es de los ciudadanos norcoreanos, sino del loco de Kim Jong-il», dijo a LA RAZÓN desde el hospital uno de los heridos en el ataque.
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