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A Alfredo Jimeno por Víctor M Paílos
Te confesaré que pocas cosas me inquietan tanto como la virtud humanizadora de los estudios de Humanidades. Que un estudioso de la historia, por ejemplo, tenga claro del todo que él mismo es parte de ella, que los documentos y textos que se acumulan sobre su mesa de trabajo son sujeto y no objeto inerte de análisis académico. Una historia, una filosofía o una literatura reducidos a objeto de estudio son historia, filosofía o literatura sin vida. No son un sujeto vivo que nos habla también a nosotros, tan alejados en el tiempo de los hombres y las vivencias que han hecho la historia, la filosofía, la literatura.
Que hoy se haya hecho tan común, por ejemplo, el recurso a los libros de autoayuda para tratar de entendernos a nosotros mismos, ¿no es un síntoma manifiesto de la crisis de nuestras Humanidades, de su incapacidad para humanizarnos? Por eso, cuando he leído estos días tu testimonio en la prensa, me ha confortado pensar que hay hombres y mujeres para quienes las Humanidades son una vocación antes que un modus vivendi. Hombres como tú consiguen, con humildad y tenacidad, que las piedras hablen, que los restos arqueológicos de la vieja Numancia generen conocimiento y riqueza convocando al público no especializado.
Y es que los saberes del pasado han de conservar intacta aquella virtud que Menéndez Pidal, estudioso de nuestro romancero, observaba en los viejos romances, fragmentos muchas veces de otros más antiguos y olvidados: que, en ellos, "el fragmento sea más hermoso que la totalidad". Así has conseguido tú que nuestras reliquias patrias sean hoy más hermosas que lo han sido, tal vez, nunca.
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