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Humor se escribe con sangre querido Watson

Dentro de las parodias, destacan las deformaciones que se han hecho de mitos como Sherlock Holmes
Dentro de las parodias, destacan las deformaciones que se han hecho de mitos como Sherlock Holmeslarazon

BARCELONA- El humor negro suele incluir algún que otro cadáver ridículo. En la novela negra, además, se incluyen unos criminales algo torpes y unos detectives más torpes aún. El resultado es una literatura de atmósfera tensa que se rompe a cada cuatro páginas con algunas carcajadas. Las hay directamente parodias de grandes clásicos; novelas violentas con toques de humor para relajar el horror; escritores que tienen sus detectives cómicos y sus detectives serios; y esos autores cuya ironía es tan afilada que hacen reír al mismo tiempo que hacen pensar. En todos los casos, el entretenimiento es bárbaro.

Dentro de las parodias, destacan las deformaciones que se han hecho de mitos como Sherlock Holmes. Robert Barr fue el primero, en plena popularidad del personaje de Arthur Conan Doyle, y con el visto bueno del autor, amigo personal de Barr. En «Las aventuras de Sherlaw Kombs» o en las más personales «Los triunfos de Eugene Valmont» las situaciones cómicas se suceden con la deducción de sus detectives algo menos perfeccionada que la de Holmes. Otra copia del «elemental, querido Watson» la firmó John Kendrick Bangs con su célebre personaje Raffles. Incluso Enrique Jardiel Poncela se mofó del personaje en «Las nuevísimas aventuras de Sherlock Holmes».

Los grandes clásicos del género también han utilizado la comedia en algún momento, de diferentes formas. Dashiell Hammett introdujo en «El hombre delgado» al matrimonio Nick y Nora Charles, que junto con su perro Asta protagonizaron un enredo detectivesco lleno de diálogos brillantes. Mención a parte merece G. K. Chesterton con las historias de su Padre Brown, un clérigo con una lengua muy mordaz. Aunque su retahíla de títulos cómicos va mucho más allá. Uno de sus mejores ejemplos es «El hombre vivo» (Valdemar), en el que nos introduce a Inocent Smith, un hombre ingenuo y lleno de candor que se irá tropezando con los acontecimientos más estrambóticos. Incluso el gran Robert Louis Stevenson, que en «Aventuras de un cadáver» demostró que un muerto puede dar mucho juego para la sátira.

Escritores de ida y vuelta
Hay grandes escritores que dividen sus series entre las cómicas y las oscuras, y las cómicas siempre son mejores. Es el caso de Donald E. Westlake, cuya serie con el ladrón John Dortmunder, un hombre tan listo y con tan mala suerte que vive arrastrado y atolondrado intentando salir de los líos en que se mete. Su «Un diamante al rojo vivo» (RBA) no tiene desperdicio. Tampoco lo tiene el lado cómico de Lawrence Block, con su serie del ladrón Bernie Rhondenbarr, un señorito con la mano muy larga y unos cuantos problemas personales que resolver. Lo mismo puede decirse de Jonathan Latimer, que conoció a Al Capone y Bugsy Malone y que mezcló la «Screwball comedy» con el «Hard Boil».

Entre los escritores posmodernos de los años 60, aficionados a dar la vuelta a los géneros literarios, también han buscado la comedia en títulos como «Un detective en Babilonia», de Richard Brautigan, con su tono absurdo y situaciones imposibles; y Robert Coover, que en «Noir» convierte al lector en el detective privado, mata a tu cliente en las primeras páginas, y a partir de aquí, a recorrer la ciudad y vivir extrañas aventuras.

Entre los autores más modernos, y también más divertidos, hay que mencionar los «thrillers» locos de Dave Barry y al gran Carl Hiassen.

 

Cadáveres frescos en las estanterías

«El asesinato como diversión»,de Fredric Brown. RBA. . Gutenberg 224 pág., 16 euros.
Un guionista radiofónico ve como sus guiones de muertes atroces cobran vida antes de que se emitan. Brown simultaneó la ciencia ficción con la negra, siempre dando una vuelca de tuerca a los géneros.

«El arte místico de limpiar los rastros de la muerte» ,de Charlie Huston. 350 pág., 16,90 euros.
Violencia y escenas hilarantes se mezclan en esta historia que nos hace seguir los pasos de un hombre con una profesión curiosa, limpiar los rastros de sangre de las escenas de un crimen.

«Vicio propio»,de Thomas Pynchon. Tusquets. 424 pág., 25 euros.
El gran estandarte posmoderno se lo ha pasado de fábula con esta novela con detective en una California en plenos 60 llena de surfistas alucinados, dentistas corruptos y otras cosas raras, raras, raras.