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Quejíos por Julián Redondo
El barcelonismo trina, con razón; Velasco Carballo le ha hecho trampas dos veces y en una de ellas, en Mestalla, consiguió que empatara la partida. Pero que no se aferre al momento plañidero para justificar toda la distancia que le separa del Madrid, que ha marcado 85 goles en 25 partidos. No es casualidad ni consecuencia de aviesas intenciones arbitrales. La onda expansiva del líder es de tal magnitud que reduce a cenizas a la mayoría de sus rivales, quienes, en otros escenarios y frente a similares contrincantes, no son tan malos como parecen. Como antes los azulgrana, ejerce sobre ellos idéntico poder destructivo, o hipnótico. Sólo el Barça le supera en el cuerpo a cuerpo y eso encocora al segundo, que se ha dejado 16 puntos en los desplazamientos; bastantes de ellos porque carece de la contundencia del Madrid y de la frescura de antaño. Todo lo cual le conduce a un victimismo que parecía haber superado. Y me pregunto, ¿si ahora el Madrid conquista la Liga con la ayuda de los árbitros de Sánchez Arminio, habitual empleado del mes de la Federación, cuando las ganó el Barça también influyó Ángel María Villar? Villar es poderoso, pero ni supremo ni omnipotente.
Los idus de marzo se llevaron por delante a Julio César y, como cada año por estas fechas, amenazan con arrasar la Liga. Es el ciclo. Unos se juegan el título; otros, Europa, y bastantes, la permanencia. Convierten por ello los errores del colegiado en manía persecutoria; denuncian «premeditación», como Piqué, o mala fe, como Soldado, Piti o Casillas. Nada nuevo bajo el sol, ni siquiera el exceso verbal de don Victoriano, mudo cuando tiene que hablar, y viceversa.
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