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«Sólo somos su botín de guerra»

Miles de personas marcharon en Madrid
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Madrid- El 1 de noviembre de 1998, a las 4:45 de la mañana, el Mitú se convirtió en el infierno. La pequeña capital del Vaupés, fronterizo con Brasil, con apenas 15.000 habitantes, fue cercada por siete frentes de las FARC. El teniente coronel Luis Herlindo Mendieta tenía 28 años.
Comandaba una pequeña tropa de 76 policías para defender la ciudad del asedio de 2.000 terroristas. «Nos lanzaron de todo. Se combatió todo el día, hasta que no quedó nada en pie».
Las FARC entraron tras descargar 144.000 cartuchos y tomaron el Mitú. Sus restos. Mendieta fue hecho prisionero. «Muchos compañeros cayeron. Destrozados», rememora. Pensó en suicidarse, pero decidió ponerse en manos de Dios. Por su familia (tenía dos hijos en Bogotá) y por su propia fe. Pasó 11 años, 7 meses y 13 días secuestrado, con la «zozobra de una ejecución inminente». «Te amenazan con pegarte un tiro. Actúas como un autómata y no haces más que rezar». Amarrado con un alambre al cuello a otro rehén durante caminatas de 12 horas y confinado en jaulas de alambre. Durmiendo sobre un plástico, devorado por los mosquitos. 
Defecando junto a los compañeros. «Al principio tenía esperanza en que el secuestro no fuera tan largo, luego se va perdiendo la fe en los mortales». Sólo en el peor momento, cuando tuvo que arrastrarse por el fango, le dieron penicilina. «Tratan de que sobrevivamos. A veces cobran hasta tres veces por el rescate. Ejecutan al rehén y vuelven a cobrar por su cadáver. No tienen humanidad. Somos su botín de guerra». Para el hoy general Mendieta, agregado de la Policía en la embajada en España, fueron casi 12 años perdidos. Ayer, encabezó la marcha en Madrid sin mirar atrás. «Con el pasado no se vive», remarca.

El caso de Juan Sebastián Lozada, secuestrado con 15 años, es el de toda una familia acosada por el terror: Hijo de un senador conservador, los terroristas tomaron su casa en Neiva el 26 de julio de 2001 –en plenas negociaciones de paz– y se lo llevaron junto a su madre y un hermano. «Pensé que nos iban a asesinar». Pasaron siete meses juntos. Luego se llevaron a su madre. «Nos dijeron que cualquier intento de rescate sería nuestra tumba. Yo sabía quién tenía orden de matarme», recuerda. Pasó tres años cautivo, que le hicieron «madurar a golpes», hasta que un 13 de julio de 2004 su padre reunió parte del rescate y fue liberado con su hermano. El 3 de diciembre de 2005, su padre fue acribillado en una cuneta tras no poder hacer frente (según las FARC) al resto del chantaje. El 27 de febrero de 2008, Gloria, su madre, fue finalmente liberada. «Para ellos no pasa el tiempo, viven en la indolencia y la intransigencia. No tienen sentimientos ni corazón. Juegan con los sentimientos de las familias. Es una guerra psicológica. Son unos miserables, pero creo en la paz». Una reconciliación por la que ayer marchó en Barcelona.