Barajas

Reina Ramos y Villa animadores

Dos horas después de terminar el histórico partido, los campeones del mundo aparecieron con cuentagotas por la zona mixta del Soccer City, donde cientos de periodistas de muy diversas nacionalidades les esperaban. Habían celebrado el éxito en el vestuario.

La Razón
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Vicente del Bosque salió el primero, con el traje seco, «cualquiera se queda ahí»; agradeció el esfuerzo de los jugadores, «cincuenta días juntos y sin un conflicto», y avanzó con dificultad hacia la salida porque le reclamaba todo el mundo. Hacia mi altura, se detuvo, nos dimos la mano y un abrazo: «Gracias, muchas gracias, Vicente. No sabes lo felices que nos haces», le dije. «Gracias a todos vosotros», y su mirada abarcaba todo el arco periodístico que, si tuviera que conceder el premio naranja, por unanimidad, seguro, se lo entregaría a Del Bosque.Antes de que apareciera el primer campeón español, salieron los subcampeones holandeses. Van der Vaart no se paró, ni siquiera Sneijder, perfectos conocedores del español. Van Bommel anduvo por la zona mixta sin dar un solo puntapié y cuando fue requerido por el compañero Matallanas, no hizo ni caso; pero se volvió cuando escuchó: «¿Es que sólo sabes dar patadas?», se giró con gesto iracundo, a punto de hacer una de sus entradas, y se contuvo, sólo dijo: «¡Tu puta madre!», la respuesta, elegante y demoledora: «¡Campeones, campeones...!»".Los holandeses se excedieron con el juego violento porque el inútil de Howard Webb lo consintió, fue su cómplice, sólo le faltó firmar las sentencias de muerte. Al ser preguntado De Jong sobre la dureza holandesa, respondió sin pestañear: «A España no se le puede jugar de otra manera». ¿Hasta el punto de casi partirle el pecho a Xabi Alonso? «No lo vi», fue su explicación. Y prosiguió por la senda de los elefantes, cabeza a un lado y a otro, tratando de encontrar una explicación al campeonato español. Es fácil, España juega mucho mejor.A eso de las dos de la mañana los futbolistas empezaron a abandonar el Soccer City; una hora más tarde, los periodistas. Nos recogían fuera del recinto de tanto en tanto como carámbanos. Hacía un frío polar. A las tres y media llegamos al aeropuerto; media hora después embarcábamos en el vuelo 2801; cerca de las cinco, despegábamos. Los jugadores descansaban en primera clase, excepto Iker Casillas, solidario con la tropa periodística y porque entre ella, cómo no, estaba su novia, Sara Carbonero. Y sí, uno al lado del otro, pasaron la noche juntos entre «me firmas esta camiseta», «¿y ésta otra para un amigo de un amigo?»; «perdón –estaban dando cuenta del menú de a bordo, una carne deshilachada, pero calentita, una ensalada de judías verdes como un dedal y un trocito de tarta, lo más apetecible–, ¿me firmas Iker esta fotografía?, Para María, por favor, es mi hija». Y así sucesivamente hasta que a eso de las seis de la mañana «se hizo de noche...».Cuando parecía que todo el mundo dormía, Reina, Sergio Ramos y Villa recorrieron el avión cantando y espabilando a todo el mundo. Pudimos ver la copa de 5 kilos de oro de 18 kilates y 36 centímetros de alto. Y la tocamos. En dos palabras, «im presionante». Después, la calma, la tranquilidad, el vuelo apacible y la hora del desayuno, frugal y ligero. A las tres menos veinte de la tarde tomábamos tierra en Barajas. Por las ventanillas veíamos banderas españolas y pasajeros de otros embarques que fotografiaban el avión de la selección. A Xabi Alonso le costó levantarse, «es que de la patada, me duele hasta la espalda». Y dice De Jong que no le vio. Si llega a verlo, le atraviesa.Por la pista del aeropuerto, muchas muestras de simpatía; los bomberos de Barajas hicieron un arco de agua para homenajear a los campeones. Se detuvo la aeronave y apareció Casillas con la Copa del Mundo. Gritos, ovaciones, lloros y alegría indescriptible. Enfrente, una pancarta: «Bienvenidos a un país más feliz». Hay que creérselo, España es campeona del mundo. Y por cuatro años, por lo menos. Que no decaiga.No hubo beso al suelo¿Quién saldría primero del avión cuando se abriera la puerta? Obviamente, el capitán con el trofeo. ¿Quién detrás? Del Bosque y el presidente Ángel María Villar. Hasta ahí todo en orden, pero luego el protocolo habitual se fue al garete y se echó de menos el llegar a tierra española y besar el suelo. Tampoco hubo manera porque, no se sabe bien por qué, a la escalerilla subieron guardias civiles y personalidades de Aena, que los jugadores ni sabían quiénes eran y tenían que saludar. Desde la escalerilla hasta el autobús más de un centenar de empleados del aeropuerto y agentes de seguridad, tantos ¿para qué?... Para incordiar. Eso sí, la prensa, tras unas vallas.