Bilbao
José Luis
No es Zapatero. Es mucho más grande. Bilbaino con horizontes. Me gusta escribir de los vivos. Cuando Juan Antonio Vallejo-Nágera supo de su enfermedad, me llamó. Ni un temblor en la voz: «Oye, Alfonsillo, te voy a pedir un favor. Me voy a morir en cuatro o cinco meses. ¿Por qué no escribes un artículo como si me hubiera muerto? Me encantaría leerlo». Y se lo escribí, claro, lo publiqué en ABC y lo leía y releía todos los días. Siempre se dice de los que se van lo que no nos atrevimos a escribirles cuando estaban, y me parece una injusticia. A José Luis no le amenaza enfermedad alguna. Le escribo porque me da la gana. Y porque lo merece con creces.
En Rueda hay una bodega inmensa que guarda un vino magnífico. Junto a la bodega, una formidable biblioteca que nació asesorada por Camilo José Cela. Y frente a la biblioteca, una rica pinacoteca, abarrotada y desigual, como siempre sucede cuando se acumulan las obras de arte mayor y menor adquiridas durante toda una vida. La bodega tiene más de cinco kilómetros de galerías donde duerme y vive el vino de José Luis.
Y en el exterior, a mano izquierda en dirección a Tordesillas, sus viñedos, tan tristes en invierno y tan alegres en los veranos, hasta que la vendimia otoñal los devuelve a la melancolía en espera de la primavera siguiente.
Pero lo más importante que hay en la bodega de José Luis, en su pinacoteca, es un cajón de limpiabotas encerrado en una urna de cristal. En estos tiempos en los que impera el esnobismo más atroz, la pretensión más ridícula y la cursilería más devastadora, ese cajón de limpiabotas tiene un significado especial. Con él, en Bilbao, José Luis Ruiz Solaguren ganó sus primeras pesetas. De aquel cajón de limpiabotas salieron sus restaurantes, sus viñas y su gran bodega. Y para que no quepa duda, junto al cajón hay una placa con una inscripción que lo recuerda.
Toda su fortuna empezó en aquel cajón, del que José Luis se siente especialmente orgulloso. Se dice a sí mismo «tabernero». En eso coincide con otro grande de la gastronomía y la hostelería de España, Jesús Oyarbide, fundador del «Príncipe de Viana» y de «Zalacaín», que también se autodenominaba «tabernero» sin que se le desmoronaran los anillos y su alto orgullo vasconavarro de Alsasua, junto al puerto de Echegárate, donde se ubicó el primitivo «Príncipe de Viana». Lucio se dice «mesonero», y Clodoaldo Cortés, a las primeras de cambio, recordaba sus tiempos de camarero. Ninguno de ellos, ni José Luis, ni Jesús, ni Lucio, ni Clodoaldo, usaron para sí esa insoportable cursilería de moda, la de ser «restaurador», y menos aún «restaurador de autor» o de «diseño». Ellos, los grandes, los triunfadores, los imprescindibles, se decían y se dicen taberneros y mesoneros, y a mucha honra.
De aquel cajón de limpiabotas nacieron decenas de restaurantes por los que han pasado y pasan todas las cremas, no sólo la de la intelectualidad de Agustín Lara. El «Jose Luis» del Bernabéu, que así se le conoce, era uno de los restaurantes favoritos de Don Juan De Borbón. Le encantaban sus pinchos de tortilla, y sobre todo, la compañía de José Luis. De aquel cajón de limpiabotas mostrado con tanto señorío, salieron las abundantes cosechas de uva que se hacen vino cada año. Y nació un estilo especial y único de elegancia natural en el mundo de la gastronomía. La elegancia de José Luis.
Como está sano y fuerte se lo escribo. No por ser mi amigo, sino porque lo merecen su vida y su cajón de limpiabotas.
✕
Accede a tu cuenta para comentar