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Teatro proetarra
El ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, definió ayer, en la entrevista concedida a LA RAZÓN, el marco y las condiciones ineludibles del final del terrorismo. El ministro habló con rotundidad de que la banda tendrá que disolverse «por las buenas o por las malas», rendir cuentas ante la Justicia, mostrar arrepentimiento y pedir perdón a las víctimas. No habrá proceso negociador alguno, sino que la única opción posible para los terroristas es su desaparición incondicional. ETA respondió ayer por medio de su brazo político en un acto en San Sebastián. Resultó un episodio más del teatrillo proetarra que representa desde hace meses y que le ha permitido volver a las instituciones y recuperar una importante presencia en la vida pública. Su estrategia le ha reportado éxito hasta la fecha, pero con el nuevo Gobierno tendrá complicado, casi imposible, mantener una ficción que le concede ventajas a cambio prácticamente de nada que no sea una retórica habilidosa. En esa dinámica, lo de ayer en la capital donostiarra fue más de lo mismo. Como gancho para incautos o convencidos, el lamento de que su posición haya podido «humillar» a las víctimas del terrorismo, para después reiterar su recetario habitual sobre las otras violencias, «la política represiva de los Estados», el desarme de ETA condicionado a que las Fuerzas de Seguridad y el Ejército dejen el País Vasco, presos a la calle y negociación directa entre ETA y los gobiernos. Los socialistas vascos hablaron ayer de «paso demasiado corto», pero ni siquiera vemos eso, sino más humillación a las víctimas, provocación a la sociedad y petición de rendición a la democracia. El Ministerio del Interior apuntó que Batasuna perdió otra oportunidad de exigir a ETA que desaparezca, y es cierto. Como lo es que ese mundo fanático, totalitario y criminal no tiene intención alguna de que la banda se disuelva. Rufi Etxeberria amenazó hace unos días con ese futuro: «ETA seguirá mientras existan presos y exiliados». Está claro, como lo ha estado siempre, que asistimos a movimientos tácticos de la banda que conducen a un escenario electoral en el País Vasco en el que pretende optar a ser la fuerza política más votada por primera vez. En todos estos pronunciamientos y sobreactuaciones de los «guiñoles» proetarras, existe una intencionalidad electoral. Y el Estado de Derecho debe estar preparado para el desafío que se nos viene encima. Sin errores ni improvisaciones y sin conceder ventajas innecesarias. El ministro del Interior parte de una premisa fundamental para no errar: ETA es quien debe moverse y no la democracia. El deber del Estado es combatir el terrorismo hasta su derrota incondicional. Si las principales fuerzas políticas apuestan sin matices por la unidad en torno a este principio, la democracia se impondrá más pronto que tarde.
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