Literatura

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Patria hormonal por José Luis Alvite

La Razón
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Yo no sé si eso que llamamos «los mercados» es un ente sensible a los golpes de Rafa Nadal en la pista de La Cartuja, pero estoy seguro de que la raqueta del balear ayuda a sostener en el extranjero la idea de una España entusiasta y competitiva, capaz de grandes cosas cuando se enfrenta a rivales externos. A veces la idea de la patria se asienta sobre símbolos clásicos, como el clamor coral de las canciones o el ondear exultante de las banderas. Puede ocurrir que eso no sea suficiente y entonces se necesita la irrupción de los héroes deportivos como factor de cohesión nacional. Hay un cierto paralelismo entre la pujanza económica de un país y su potencia deportiva, lo que se traduce en que la decadencia de un pueblo puede preverse echando un vistazo a su medallero olímpico. España ha entrado en barrena económica en un momento en el que todavía mantiene con aliento su vigor atlético, no sé si gracias a que nuestros deportistas se sustraen a la corrosión de las disputas internas, o porque somos un pueblo que vuelca en las canchas el entusiasmo del que carece para enardecerse en la vida cotidiana. El caso es que conservemos cierta lucidez para el entusiasmo colectivo, aunque sólo sea para relanzar frente al mundo un ruidoso patriotismo del sudor urdido a golpes de raqueta. Incapaces de elaborar un patriotismo intelectual, pregonemos al menos ese pundonor que de donde viene no es de la fría inteligencia, sino de un rincón gomoso y oscuro de nuestro metabolismo. Esa pedagogía de la patria como una sudada conquista deportiva no es nuevo en nuestro espíritu colectivo. A los españoles siempre se nos ha dado bien organizarnos en torno al desorden. Será por eso que en España la idea de la patria no es una razonada conquista de la inteligencia, sino el feliz resultado de un desarreglo hormonal.