Irlanda
Quién no erró alguna vez
William Trevor vuelve a deleitarnos con una obra sobre la soledad «Una relación perfecta»William TrevorSalamandra. 220 páginas, 16,50 euros
Imaginemos las tierras de Irlanda, el suelo mojado de las carreteras y la niña de una modista que tiene por costumbre lanzarse contra los coches: William Trevor elige un personaje, un ambiente y un núcleo dialéctico. El personaje, un mecánico; el ambiente, una sensación opresiva y angustiosa, en cierto modo semejante a la de autores de novela negra como Horace McCoy, y el nudo dialéctico serán unos turistas que quieren ver la estatua de una Virgen que, según decía la gente, hacía milagros. El narrador irlandés William Trevor, nacido en 1928, construye los relatos de este libro, «Una relación perfecta», como cuchillos afilados, pero con una pátina de óxido venenoso. El lector comprenderá pronto que Trevor, autor de obras como «El viaje de Juliet» («todo el mundo tiene una historia», dirá uno de sus personajes) o «El viaje de Felicia» (donde amor y desarraigo van juntos, y que es una de las constantes de Trevor), le hace descubrir que sus personajes siempre acaban encontrando la condena a la soledad y a la ruina económica, un poco como el reflejo de una antigua Irlanda, pero también, quizá, a las marismas de la vida actual. Así, en el relato que da título a este libro, «Una relación perfecta» veremos a una pareja que parecían tan unidos y amistosos y que de repente se separan. Y es como si ellos no lo quisieran, y Trevor les hace decir: «Creía que sería fácil» y «uno comete un error, y sólo se da cuenta cuando convive con él».
Kafka baila sobre ruinas
Y sin embargo, dentro de la desolación y la amargura, en la obra de Trevor siempre parece haber un extraño mensaje de que las cosas ocurren en el mejor de los mundos posibles, en cierto modo como aquel relato de Kafka de un hombre que destruye su casa y luego baila sobre las ruinas; así en uno de los relatos más perfectos de este impresionante libro, titulado «En Olivehill», narra la decadencia de una familia que, perseguida en la época de guerras religiosas, supo guardar una residencia plena de bosques y parajes maravillosos, pero que ahora, en la pobreza, tiene que ir vendiendo todo o peor cortando ellos mismos todos los rincones idílicos. La anciana descendiente se refugia en una habitación y piensa que la persecución simplemente había cambiado de forma, pero que, al fin, nada ha cambiado. Como si la desgracia no tuviera más remedio que formar parte, por otro lado, del espejo inevitable del mundo.
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