Bruselas

Retrato de grupos

La Razón
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Como le ocurre a Woody Allen cuando toca el clarinete, el último concierto del presidente Zapatero ha tenido más éxito fuera de su país que dentro. Arruinada su pretensión de profeta por la fuerza de los hechos, anda ayuno de aliados en su tierra. La pasmosa paradoja a la que aún podemos asistir es que este volantazo que ha dado el gobierno para esquivar la apisonadora que se nos venía encima reciba las bendiciones de Bruselas pero sea objeto de una voladura descontrolada en el Congreso. El decreto ley que saldrá del consejo de ministros de mañana amenazan con hundirlo los grupos parlamentarios en la Cámara. Lo tiene más fácil Elena Salgado que José Antonio Alonso. El Ecofin es una reunión de contables que aplaude la cuadratura de los números. El Hemiciclo es el plató de la Noria que aplaude la exageración y la impostura. Hartos de exigirle al presidente que abrazara la doctrina del sudor y las lágrimas, se escaquean ahora los aguerridos portavoces parapetados tras el discurso facilón del «todos somos pensionistas». Es la coartada para negarle al presidente el último sorbo de agua, la esponja empapada en vinagre para el cristo laico crucificado. A día de hoy no hay voluntarios para cargar la parihuela del país enfermo al hospital, aun sabiendo que el camino alternativo conduce, probablemente, al cementerio. Los hooligans andan desatados: «¡Que se queme el grupo socialista en soledad, para eso gobierna, él se lo ha buscado!». Cabe preguntarse qué ocurre si el plan de ajuste naufraga; si, aprobado en el consejo de ministros, fracasa su convalidación parlamentaria. A ver cómo explicamos a nuestros avalistas europeos que el gobierno de aquí puede decir misa porque carece de apoyos parlamentarios; que el plan de ajuste aplaudido por los gobiernos europeos, por el FMI, por el chino y por Obama es, para el legislativo español, papel mojado. Estos portavoces que dicen buscar el bien de España por encima de todas las cosas –suenen aquí risas enlatadas–, ¿están en condiciones de probar que el naufragio del decreto sería positivo para España? ¿Qué bravo diputado se anima a argumentarlo? No hay que ser Krugman para aventurar la consecuencia que tan sonado gatillazo tendría en los ingobernables mercados financieros y en la titubeante política comunitaria. Cabe preguntarse también qué pasaría aquí luego. Un plan de ajuste muerto sería lo más parecido a una moción de censura, pero sin candidato alternativo ni posible programa de gobierno. Llegado a ese escenario, habría de acceder el presidente a pasar una moción de confianza que doy por hecho que, pese a todo, ganaría. Tendríamos un país en bucle, con el gobierno atrapado entre un Parlamento esquivo y una comisión europea expeditiva. Todo muy tranquilizador, sin duda, una máquina imbatible de generar confianza. Los grupos parlamentarios tienen la palabra, pero carece de sentido exigirle al presidente medidas impopulares y dolorosas si, cuando éste las toma, se las abortan. Rodríguez Zapatero luce cara de enterrador. Mariano Rajoy, de puntillero; no del toro, sino del torero.