Buenos Aires
Tocado por la Gracia por Martín Prieto
Me contaba el espléndido y ya fallecido Joaquín Vidal, cronista taurino del diario «El País», que trabajó durante unos años junto a Adolfo Suárez en el Instituto Social de la Marina, donde a ambos no les mataba el exceso de trabajo. Bajaban numerosas veces a tomar café (el vicio, junto al poder de Adolfo) y hablaban de su futuro. Joaquín le preguntaba qué pensaba hacer y Suárez le contestaba sin ninguna ironía que él lo que quería era ser presidente del Gobierno, cargo que entonces ni existía hasta que Francisco Franco nombró al almirante Carrero Blanco. En la Historia son varios estos casos, no de predestinación, sino de clarividencia sobre uno mismo o de una voluntad desmesurada, sin ir más lejos las bromas sobre su destino de José Luis Rodríguez Zapatero en la zona húmeda de León. La enfermedad de Alzheimer o cualquiera de sus demencias asociadas en estadios avanzados sobre el ser o el que fue, porque la ausencia de memoria es una muerte dulce y no se puede enjuiciar a un amnésico. Su familia comenta que continúa siendo el hombre atento de siempre, dado a los abrazos, las efusiones y las emociones, como demuestra la última fotografía, en la que de espaldas al Rey le pasa el brazo por el hombro andando hacia la luz poniente.
Tuve con él varios encuentros en el Palacio de la Moncloa y en América, pero le conocí recibiéndome como secretario o ayudante de Fernando Herrero Tejedor (secretario general del Movimiento) con quien tenía un encuentro, y ofreciéndome bebidas, café, con la cordialidad de su sonrisa de teclas blancas de piano. Herrero Tejedor era su gran valedor, casi un segundo padre. Al día siguiente de mi entrevista se mató en una de las autopistas de entrada a Madrid cuando su chófer se estrelló contra un camión. Iba dormido. Adolfo Suárez quedó desolado y políticamente muerto. Antes había tenido esa misma sensación como gobernador civil de Segovia al derrumbarse un restaurante de Jesús Gil y Gil dejando un tendal de muertos. Al gobernador se le vio en mangas de camisa retirando escombros con las manos y llorando ante los cadáveres que iban apareciendo. La clave de su destino fue su nombramiento como director de Radio Televisión Española, desde la que apoyó a un desconocido Príncipe Juan Carlos de Borbón. Dos hombres navegando en aguas turbulentas, de la misma generación, campechanos, con mucha empatía y alertados por Don Torcuato Fernández-Miranda de lo que se debía hacer a la muerte de Franco. Nombrar presidente del Gobierno a quien acababa de ser secretario general del Movimiento nadie lo entendió y se supuso que el ya Rey daba un cerrojazo. Era exactamente lo contrario pero pocos sabíamos lo del Rey y Suárez. Hasta el habitualmente bien informado Santiago Carrillo dio a la Monarquía por finiquitada.
Todo lo demás es Historia reciente, aunque se la pretenda olvidar o reescribir. La popularidad que adquirió la Transición española y su copartícipe era de tal magnitud que en un viaje que hizo a Buenos Aires tuve que meterle en un hotel en plena calle Florida, pues una multitud de porteños nos avasallaba para besarle, tocarle, como si fuera un chamán. Dice el Talmud que los elegidos son tocados por la Gracia de Dios tanto para el triunfo como para el infortunio, y Adolfo Suárez bebió de esas copas hasta el infinito. Un cáncer de mama genético se cebó sobre la rama femenina de su familia hasta que a la muerte de su mujer ya no pudo recordar ni su nombre. Dejó una arquitectura política descomunal, pero las miserabilidades internas del partido que creó la UCD y la incomprensión militar le obligaron a dimitir. En el Congreso de los Diputados, durante el 23-F, solo tres hombres se mantuvieron de pie: Adolfo Suárez, el teniente general Gutiérrez Mellado y el recientemente fallecido Santiago Carrillo. Mi doctora argentina lo adoraba y cada vez que se encontraba le mostraba su afecto y él le respondía: «Quisiera que los españoles me quisieran menos y me votaran más». Las nuevas generaciones no pueden entender bien lo que significó la Transición española. Y hasta Adolfo Suárez, a sus 80 años, la ha olvidado. Todos nos hemos perdido los consejos y las memorias de este gran hombre tocado por la Gracia. Le pregunto a la doctora: «Pero, ¿él sufre? Y me responde que la Medicina no es una ciencia exacta, pero lo más probable es que no». Feliz cumpleaños, presidente.
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