Exposición

El Museo de la Selección

La Razón
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Pablo Ornaque es un creador de carne y hueso. Las musas lo encuentran siempre trabajando al pie del cañón y él se hace cañonero del arte con naturalidad innata. Ornaque es mitad hombre, mitad sueño, mitad perico, mitad jilguero. Es un cincelador de ilusiones, un anticuario de almas, un carpintero de emociones, un obrero del pensamiento. Cuando Ángel María Villar, el presidente de la Real Federación Española de Fútbol, le explicó que debía parir el mejor museo del mundo del fútbol empezó a faltarle el tiempo para recolectar piezas, soñar objetos imposibles, perseguir camisetas o suplicar cuadros y copas, pero encontró el espacio preciso en su reloj de arena para incrustar el modernismo, desde la mismísima puerta de 1900, para convertir la historia en algo tocable por las manos del hombre. Arte, historia, fútbol. Como la Selección.

Lo que guarda en sus entrañas el museo no es tan sólo el balón de la primera final de la Copa del Mundo de Uruguay de 1930, el descapotable de Di Stéfano de los años cincuenta o los grandes trofeos de la Selección Nacional. El Museo encierra la memoria a caballo de los siglos, cobija desde el día de la creación hasta el amanecer futuro porque, entre las paredes de la bellísima Ciudad del Fútbol, en Las Rozas, se hospedan los esfuerzos de millones de españoles, los sueños de toda una nación, las ideas de todos cuantos nos han precedido en su paso por nuestra tierra y las esperanzas de quienes mañana veremos nacer el sol tras las nubes de Madrid.

Pablo Ornaque, alumbrando el Museo de la Selección, se ha sublimado en el arte y nos ofrece un dulce regalo de Navidad. Visítenlo cuanto antes. No me importaría vivir allí dentro.