Buenos Aires
MIRTA MILLER: «No tengo nada de mujer fatal»
Fue una de las mujeres más deseadas del cine español, aunque ella nunca quiso estar en el escaparate de las macizas excitantes, y fue una de las más desnudadas a pesar de que no quiso ser la musa del destape. O sea, que Mirta Miller pasó buena parte de su primera y florida juventud haciendo en demasiadas ocasiones lo que no le gustaba. Eso marca.
Tiene la impresión de que sólo han apreciado su exterior, y quizá por eso ahora profundiza en el budismo en pos de la búsqueda interior. Pero antes de llegar a Buda, mucho antes, allá por el 71, interpretó junto a Alfredo Landa «Los días de Cabirio», la película que este periódico regala el próximo viernes.
-Me encantó –me dice Mirta– trabajar con Landa, uno de los actores que más admiro. Él era un modesto empleado de banca que se mete a gigoló con el noble objetivo de ahorrar para su boda. Una historia muy disparatada y graciosa, muy al hilo del cine que se hacía entonces y que a la gente tanto le gustaba. Y que, por lo que veo, también gusta hoy.
-No sé si el hombre tiene menos reparos que la mujer a la hora de alquilarse...
-Antes, el hombre era más descarado y la mujer, más púdica. Ahora las cosas han cambiado: son ellas las que, sin pudor, acorralan al hombre.
-Quizá sea que muchas mujeres comienzan a comportarse como los hombres: quieren sexo rápido y sin compromiso...
-Pues no saben lo que se pierden. Si las mujeres se parecen cada día más a los hombres, no avanzan, retroceden. Puedes tener un ligue porque te gusta un tipo, eso lo puede entender; pero de ahí a pagar... Eso es muy masculino.
(Le gustaba más la España de los 70 que la de ahora: «La gente era más cordial, más educada, menos presuntuosa; han cambiado para bien las infraestructuras, pero ahora siento más agresividad, menos respeto, la petulancia de los nuevos ricos». Vino a España de vacaciones en los 60 y se quedó. «Madrid era un pueblo grande con mucho encanto; ahora es una ciudad incómoda que me ha dejado de gustar». El pelo castaño con reflejos rojizos, los ojos pardos que se hacen grandes con el maquillaje, las piernas envueltas en leguins, los labios carnosos. Una Mirta muy parecida a aquella Mirta, la que seducía sin que le gustara seducir)
-Fue una de las musas del destape...
-Se destaparon todas, pero parece que sólo me recuerdan a mí. Parezco la más pecaminosa, pero en realidad soy muy estrecha mentalmente. Lloré mucho haciendo algunas películas, sobre todo en las que teníamos que rodar escenas para el exterior, la famosa doble versión. Te gustara o no, tenías que hacer desnudos; era lo que había.
-Y fue dejando el cine harta de desnudarse...
-Harta de la vulgaridad. Lo peor no es del desnudo, es la vulgaridad. Me veía como una res colgada de un gancho y expuesta en el mercado. Así que en el 78, coincidiendo con una depresión que sufrí por la muerte de un ser querido, me fui apartando del cine.
(Más tarde se le moriría otro ser muy querido: Alfonso de Borbón, fallecido trágicamente en una pista de esquí. De las más de 60 películas que hizo, salvaría «Cría Cuervos», de Saura, «Retrato de familia», de Giménez-Rico, «A un dios desconocido», de Chávarri...)
-Pero luego, con la apertura, las cosas cambiaron, ¿no?
-A peor: ya no había doble versión, pero sólo querían meterte en la cama con un tío o una tía.
-Debe de tener la impresión de que sólo conocemos su cuerpo...
-Sí, sólo el exterior. Y soy todo lo contrario de cómo me han mostrado en el cine. No me gusta mostrarme vulgarmente; ni seducir por seducir, no soy nada ligona...
-El tópico: usted tiene ojos de mujer fatal...
-En ese papel me encasillaron. Me hacían mirar como mujer fatal y me vestían y maquillaban así. Pero no lo era, no tengo nada de mujer fatal. En todo caso, soy misteriosa. El misterio es un gran refugio.
-La belleza es un gran poder. ¿Le ha llevado adonde quería?
-Nunca me puse una meta. Todo fue circunstancial: vine aquí de vacaciones y me quedé. Era modelo y empecé a hacer cine. La vida me ha llevado. Siempre fui una ingenua, aunque no lo parezca.
(El budismo, dice, le está haciendo mucho bien. «Me da seguridad y serenidad. Las fiestas me aburren, la gente frívola me parece de cartón piedra». Se ve bien en el espejo: «No soy la de antes, pero no tengo nada caído». Fuma poco, bebe poco, le pierden los dulces. Y medita sobre si se queda o se va a su Buenos Aires querido con su familia, «pero no sé si ahora me gustaría Argentina...»)
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