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El regreso del búho
El búho chico ha vuelto a su apostadero en la trasera de la cabaña de madera. Sobre una viga exterior y bajo el alero, a cubierto y protegido de inclemencias, tiene un lugar inmejorable para su faena y su reposo. La prueba del éxito de sus cacerías se encuentra a sus pies, en el rastro de egagrópilas (bolas de pelos y huesecillos) que regurgita y que delatan que son ratones la mayoría de sus víctimas. La pequeña ave de presa nocturna ha heredado el lugar de un congénere que lo descubrió nada más levantar la casa. Lo utilizó una buena temporada, pero tuvo un final desdichado. Un día se coló por la chimenea y cayó abajo. Para su desdicha el estuche estaba cerrado y lo encontré el siguiente fin de semana aún vivo aunque ya muy débil. Lo liberé y le deje algunos cachitos de carne cruda al lado, pero a la mañana próxima estaba muerto bajo la encina donde lo había colocado. Su fin, así como el de algunos pájaros que corrieron la misma suerte, me hizo tapar la boca de la chimenea con una tupida tela para desactivar aquella letal trampa. Por ello me ha alegrado más la vuelta de su colega, aunque me imagino que no opinarán lo mismo los ratones. Como tampoco estarán demasiados felices los pájaros, que cada vez frecuentan más las encinas frente al porche –algo tienen que ver unos cuantos comederos– con un nuevo visitante norteño. Un esmerejón, una pequeña rapaz emigrante invernal, poco mayor que un cernícalo ha dado una pasada de caza en la neblinosa mañana. No ha alcanzado su objetivo y se ha perdido entre la niebla la mañana, pero seguro que vuelvo a verlo por aquí más de una vez. Como anoche, con la luna llena, y todavía con la atmosfera despejada de velos, vi cruzar al gran duque, al búho real, una sombra silenciosa, desde los sombríos pinares de la Juanquebrada hacia la zona donde entre los encinares y los enebrales hay rodales de siembra que frecuentan los conejos.
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