Europa

Bruselas

Presidencia triste y pobre

La Razón
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Hace seis meses, nadie habría imaginado que la Presidencia española de la UE, amparada por el consenso de PP y PSOE para dejarla al margen de la lucha partidista, arrojaría un balance tan pobre, tan deslucido y, sobre todo, tan poco favorecedor para la imagen exterior de España. Los pronósticos que auguraban grandes acontecimientos planetarios son traídos ahora como la caricatura que ridiculiza unos resultados muy alejados de las expectativas creadas. Es verdad que nada podía hacer la Presidencia rotatoria, fuera española o de cualquier otra nación, frente a acontecimientos que sorprendieron y sobrepasaron a toda la UE, como la crisis griega, los ataques contra el euro y la confusión organizativa que padece Bruselas con la superposición de tres presidentes distintos. Europa ha vivido seis meses de vértigo y tensiones de los que sería injusto culpar al Gobierno español. Sin embargo, sí se le puede recriminar que haya fallado en cuestiones tan relevantes como la agenda internacional, donde los países suelen exhibir su músculo internacional y su capacidad de convocatoria. En este sentido, la suspensión de las dos cumbres más esperadas, la europea con Estados Unidos y con los países mediterráneos, han sido dos frustraciones que han dejado mal sabor dentro de España y mala imagen fuera. También han supuesto una gran erosión las desesperadas gestiones de Moratinos para que Bruselas cambiara su postura común hacia la dictadura castrista, tanto más indefendibles cuanto al mismo tiempo moría un disidente por huelga de hambre. El aciago balance exterior se cierra con el fiasco de una absurda orden europea sobre las víctimas de la violencia doméstica, que provocó un encontronazo con la propia CE. Lo más negativo, sin embargo, de la Presidencia española es que ha amplificado a toda la UE la fuerte crisis de credibilidad que ha golpeado al Gobierno de Zapatero y, por colusión, a la economía española. La abierta intervención de dirigentes como Merkel, Sarkozy, Durao Barroso y Obama en los planes de ajuste que necesita España ha colocado al Gobierno en el escaparate mundial de la duda y ha puesto de relieve las debilidades de un país que hasta hacía poco tiempo se vendía como el milagro de Europa. En este contexto, resultaba temerario, además de imposible, llevar a término el catálogo de buenas intenciones con las que debutó Zapatero a primeros de enero y que ya entonces, como una premonición de lo que vendría después, significó un primer roce con Alemania. El presidente español no sólo se vio impotente para canalizar la respuesta europea a la crisis financiera, coordinando las posturas de un núcleo duro que en ningún momento lo tuvo en cuenta; por el contrario, Zapatero hubo de plegarse a las exigencias de sus socios para reducir el déficit al 3% en tres años, reforzar el sistema financiero y reformar el mercado laboral. Tres toques de atención que sonaron a tres ultimátums. En suma, el mismo Gobierno que desembarcó con gran entusiasmo en la Presidencia europea hace seis meses ha terminado su mandato legislando al dictado de sus socios comunitarios.