Feria de Málaga

Un gafe cerró Hogueras

Con tres toros de Albareal y tres, 1º, 3º y 5º de Hnos. Sampedro; desiguales de presentación, justos de fuerza y de comportamiento extraño. El Cordobés, silencio y oreja con petición; Rivera Ordóñez, silencio tras petición y silencio; y Fco. José Palazón, oreja y silencio. Un cuarto de entrada.

La Razón
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El festejo que cerró la feria de Hogueras -en el que también falló el público, viéndose demasiado cemento en los tendidos- resultó desastroso, caótico, accidentado y desagradable. El primer toro se derrumbó nada más comenzar El Cordobés su faena de muleta y no pudo darle ni un muletazo. El segundo se desplomó instantes después de salir a la arena y tuvo que ser descabellado en medio de espasmos y temblores. Se corrió turno y el toro que le sustituyó se sujetaba con alfileres, siendo la labor de Paquirri meramente cuidadora, aunque tras acabar con él de un espadazo trasero y muy caído hubo quien le pidió la oreja, siendo silenciado después de esa petición. El tercero se arrancó con ganas una vez a cada caballo, doblando después de ese primer tercio y el señor presidente, sin esperar a ver cómo reaccionaba, le echó para atrás. Se volvio a correr turno y el astado que hizo tercero, sin especial relieve y también muy poca fuerza, permitió, por fin, que Francisco José Palazón dejase ver sus excelentes maneras en una faena templada, limpia, muy suave mientras el toro tuvo fuelle.


Parecía que tras la merienda iba a variar el panorama. El cuarto, a trancas y barrancas, medio aguantó en pie y dejó que El Cordobés pusiese en práctica su particular tauromaquia, combinando fases de toreo templado y ortodoxo, luciendo su toreo en redondo, con cabezazos, flequillazos y, cómo no, varios saltos de la rana que acabaron por enloquecer a un público facilón y lego en materia taurina.


Pero el quinto, sobrero de Hermanos Sampedro, tras el tercio de banderillas comenzó a tambalearse y se murió solo, sin que Paquirri pudiese dar comienzo a su faena de muleta, abroncando la gente al pobre presidente por no conceder la lidia de otro sobrero.
Y, para rematar el petardo, el sexto, otro sobrero de Hnos. Sampedro, se paró enseguida y se puso a la defensiva, sin dejar a Palazón otra opción que tirar de ganas y voluntad en un trasteo embarullado y sucio.


Menos mal que no hubo que lamentar ningún percance. Y que se acabó la feria.