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Serpientes de verano

La Razón
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Mientras parece que vivimos tiempos de sosiego y holganza, Leviathán( 1651), el monstruo de Hobbes, –«el hombre lobo para el hombre»– sigue operando en muy diversos frentes. Pregúnteselo a nuestros soldados esparcidos por medio mundo. Unos acaban de llegar de Haití; otros dejaron en cruel silencio, Bosnia; otros salen para Sudán; otros siguen en Líbano, en el mar de Somalia o en Afganistán. En cualquier momento puede saltar la chispa: un cedro en el país de los cedros, un secuestro en un desierto inmenso, un suicida en bicicleta en cualquier carretera afgana.

Lo malo es que la Naturaleza, también presente en la obra del traductor de Tucínides y seguidor de Galileo, parece querer sumarse al desgarro que comportan las guerras, afilando aún más las garras del lobo. Inundaciones, terremotos, incendios, se suman a unas sufridas poblaciones ya sea en Pakistán, en China o en cualquier rincón de África o de Asia.

Sigue viva la guerra en el Sahel, donde dos compatriotas nuestros llevan más de ocho meses prisioneros, sin más delito que el de querer cooperar solidariamente con aquellos pueblos. Sigue la guerra en Afganistán con peligrosos «rebrotes vietnamitas» en las retaguardias norteamericana y holandesa a las que se debilita, por el sensiblero frente de la opinión publica. Rebrota intermitente en la frontera libanesa o en los hacinados «guettos» palestinos de Medio Oriente. Latente en el Cáucaso ha llegado incluso a ser invocada en nuestra América hermana al amparo de un relevo presidencial en Colombia y al bravucón verbo de un irrepetible presidente venezolano.

Brota el conflicto, ajeno a la estación que para nosotros es de descanso, y son enormemente dolorosos los estragos de la naturaleza, porque no han cambiado las condiciones de pobreza y de incultura en la que viven millones de seres humanos. Basta ver la patética foto de unas decenas de paquistaníes que –brazos en alto– intentan agarrarse al patín de un helicóptero huyendo de la muerte a cualquier precio. ¡Cuánta desesperación en aquellos rostros! ¡Cuántas veces han sido traicionados! ¿Qué esperanza les queda?

Porque el mundo no quiere comprender que la pobreza y la incultura son las que llevan a un joven argelino a enrolarse en AQMI o a un pakistaní a convertirse en mártir por la fe. Alguien le dará de comer, le seducirá y fanatizará con ideologías políticas o preceptos religiosos y le enseñará a manejar un AK-47 con el que se considerará seguro. A partir de aquí será utilizado para negociar rescates, para vender coca en los ricos mercados occidentales en los que navega parte de nuestra juventud, o para pagar con diamantes en Holanda la propia compra de su Kalashnikov.

Mientras, alguien se pasea ostentoso a bordo de lujosos barcos por nuestros puertos. Y les presentamos la mayor pleitesía, inconscientes de que las grandes riquezas pueden proceder de corrupciones políticas, del comercio de diamantes, de las maniobras fluctuantes en bolsa que nos han llevado a una crisis financiera que pagamos todos, o a la creación virtual de una amenazadora pandemia de gripe que ha reportado insólitos beneficios a multinacionales farmacéuticas.

En agosto, huérfanos de nuestros habituales comunicadores de prensa, radio o televisión, cerradas por vacaciones nuestras sedes parlamentarias, creemos aparcar nuestras preocupaciones. Pero, no nos engañemos, el monstruo sigue. Pronto reaparecerán los que nos que mienten prometiendo, los que hacen del poder una obsesión, los que no están para servir, sino para servirse.

Sólo pido que reflexionen sobre ello, porque luego las consecuencias las pagamos todos. ¿Podían suponer Albert Vilalta y Roque Pascual que serían utilizados como moneda de cambio o cabeza valorada en el mercado del terrorismo internacional? ¿Cómo han podido vivir –si es que lo han conocido– el asesinato del también rehén francés Michel Germaneau? ¿O creen que los tres millones de damnificados por las inundaciones de Pakistán saben algo del litigio perenne entre su país y la India por las aguas del Indo en Cachemira? ¡También es trágico que la gestión del agua sea motivo de guerras –glaciar de Siachen– y a la vez su desbordamiento cause estragos entre la población!

Bastantes problemas tiene el lector para que le amargue estos días de verano. Pero estoy obligado a recordarle que si queremos cambiar este mundo y no sufrir con las fotos de Pakistán, hay que reconstruir una sociedad más justa, cimentada sobre un orden de valores, en los que impere la justicia y la solidaridad. Dejemos de adorar a los falsos profetas que nos embaucan con su discurso o con sus riquezas . Desterremos de nuestras vidas a los servidores públicos que se sirven de nuestra debilidad y nos envenenan con «serpientes de verano» vestidas de filtraciones como las de WikiLeaks, o con camorras como la de la frontera entre Venezuela y Colombia.

Porque en este río revuelto, es donde pescan mejor los que luego ostentan riquezas a nuestro alrededor. ¡A muchos de ellos les interesan las guerras!¡ ¡Desde luego no, a nuestros soldados y marinos esparcidos por medio mundo!