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El Príncipe

La Razón
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Una de mis compañeras de Cope está enamorada del Príncipe. Me la encuentro por los pasillos evocando los ojos azules del heredero. Don Felipe y Doña Letizia visitaron la emisora el miércoles y la sonrisa naturalísima de él la ha conquistado: «¡Qué hombre,–dice suspirando– de los que destacan en una discoteca!». Los príncipes nos regalaron una comida de dos horas y media que despejó cualquier lugar común sobre ellos. De la supuesta torpeza, timidez o lentitud de él no quedaron ni las raspas. Ya había conocido a Don Felipe en privado y por largo, pero jamás lo había contado por razones obvias. Ahora puedo explicar que tenemos un heredero culto, locuaz y desenvuelto. Muy seguro de sí mismo. Tiene el Príncipe de Asturias un aplomo simpático y contenido que conquista. Habló de la historia de Oriente Medio y Europa, de la situación política de Iberoamérica y mil cosas más, sin vacilar ni un momento frente a la jauría de periodistas. Ella, Doña Letizia, ponía la nota desenfadada: hacía chascarrillos, respondía con espontaneidad, se refería a la vida doméstica e incluso se permitía lanzarnos algún corte: «Ya he aprendido a callarme». Desde luego que ha aprendido. Es una pareja estupenda, que se equilibra mutuamente. Él es prudencia e inteligencia; ella, espontaneidad y perspicacia. Habría que hacer algo para que todos los españoles supiesen qué gran futuro tienen. Se me ocurre una entrevista a Su Alteza en televisión española. Podría entrevistarlo un hombre universalmente admirado como Mario Vargas Llosa. Los españoles agradecerían esta serena perspectiva de continuidad en medio del caos.