Elecciones generales

Obama pasa al ataque por César Vidal

La Razón
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La victoria indiscutible de Romney en el primer debate ha llevado al partido demócrata a reajustar su estrategia de manera radical. Hasta el miércoles por la noche, resultaba obvio que el presidente gozaba de una ventaja que podía asegurarle la reelección. Semejante posibilidad no es tan clara a día de hoy. El impacto del debate resultó tan abrumador que ha llevado a los demócratas a intentar minimizar su efecto sobre los votantes y a buscar la manera de contrarrestar el hecho de que la campaña pueda cambiar de signo. Desde el día siguiente al debate, la nueva estrategia del partido demócrata descansa, fundamentalmente, en el ataque personal del adversario centrado en un mensaje muy concreto: Romney es un embustero. En su primera aparición tras el debate, en un acto electoral celebrado en Denver este jueves, Obama señaló que «el gobernador Romney puede bailar alrededor de sus posiciones, pero si se quiere ser presidente, se está en la obligación de decir la verdad al pueblo americano». La frase, de una dureza inusitada, contrastaba con el Obama apagado y desvaído de la víspera. Pero aún más duros están siendo los personajes cercanos al presidente a la hora de intentar denigrar al candidato republicano. David Plouffe, un asesor de Obama que ya participó en la dirección de la campaña de 2008, calificó la intervención de Romney de «probablemente sin precedentes por su falta de honradez». La acusación, como mínimo, resulta muy exagerada, pero encaja en la estrategia de descalificación de Romney. De hecho, los encargados de la campaña de Obama lanzaron inmediatamente después del debate un anuncio publicitario insistiendo en que el republicano no dejaba claro qué pensaba hacer con los impuestos de la clase media para concluir: «Si no podemos confiar en él en este tema, ¿cómo vamos a poder confiar en él nunca?». El anuncio de manera bien significativa se está retransmitiendo en estados esenciales como Colorado, Florida, Iowa, New Hampshire, Nevada, Ohio y Virginia. Más allá de la demagogia de la respuesta de los demócratas se puede contemplar la gran debilidad de que adoleció Obama en el primer debate, debilidad que debe ser contrarrestada con urgencia y que no es otra que su falta de credibilidad. Si Obama cuenta con numerosísimos detractores a su derecha que están dispuestos a acusarlo, bastante disparatadamente, de ser socialista, comunista e incluso musulmán, a su izquierda son legión los que consideran que ha traicionado las expectativas que el pueblo americano puso en él y que su gestión presidencial ha resultado muy similar en pésimos resultados a la de George W. Bush. Grandes críticos de la política nacional como Alex North o Webster Tarpley recuerdan con amargura que Obama comenzó a mentir desde el primer día en que accedió a la presidencia y que no ha cerrado Guantánamo, ha mantenido a la nación en dos guerras, no ha derogado la Patriot Act y ha utilizado el dinero del contribuyente para ayudar a Wall Street. Es más que dudoso que los ciudadanos que asumen estos argumentos vayan a entregar su voto a Romney, pero pueden abstenerse causando no poco daño al actual presidente. En cualquiera de los casos, no favorece a la imagen de Obama el ser calificado como «el presidente más embustero de la Historia» o «el engaño Obama». Y es que, como en el caso de la economía, con Romney no pocas cosas están por comprobar mientras que con Obama ya están más que vistas. Cuestión aparte es la manera en que esto pueda afectar a los votantes porque la batalla de los «swing states» no está todavía decidida.