«Algo en que soñar»: Pues qué sopor

Cameron Crowe tiene la mala costumbre de hinchar el metraje de sus películas para desarrollar el lado tierno de sus personajes. Con la sana excepción de «Casi famosos», la película de un «groupie» que confunde su fanatismo con algo parecido a una flaubertiana educación sentimental, su cine, aquejado de elefantiasis, se toma demasiado en serio la exaltación de la nobleza de espíritu de sus héroes masculinos, debidamente espolvoreada con sobredosis de azúcar. A menudo sus defensores le atribuyen una honestidad y una falta de cinismo que parecen justificar lo rutinario de sus tramas. En ese sentido, el periodista viudo que Damon encarna en «Un lugar para soñar» es el epítome del héroe crowneiano: cuando el trabajo le falla, decide vender su casa para comprar un zoo en ruinas, convencido de que su inversión dará frutos muy pronto, y es ese optimismo un poco atolondrado el que marca el tono anestésico de una producción que tiene un palpable miedo al conflicto. Todo discurre sin demasiados sobresaltos: ni siquiera la relación de Damon con su conflictivo hijo adolescente, ni la atracción que siente por la guardiana de su arca de Noé (Scarlett Johansson), introducen ningún peligro desestabilizador en un relato átono y previsible.