Crisis económica
Por segunda vez
No se ha reparado en el carácter inquietante que tiene lo que sucedió en este país el pasado sábado. Y es que ya había ocurrido antes. Y es que es la segunda vez que aquí alguien decide violar una jornada de reflexión. Y es que, como la primera, ocurre sin que haya responsables, como si fuera una anécdota y una espontánea iniciativa social, cuando el mismo hecho de que no le veamos la cara a quien ha tomado esa decisión es la prueba de que lo planeó fríamente y conocía su gravedad. ¿Aceptamos con resignación que unos tipos sin rostro diseñen una vez y otra el asalto a la ceremonia electoral como si fuera un derecho? Fíjense en que, en los dos casos en los que ha sucedido, se apela a entes genéricos e intocables por la corrección política: al pueblo y a la juventud. Fíjense en que, perversamente, se antepone una supralegitimidad fantasmal e inasible a la legitimidad del sufragio universal. Quienes violaron la jornada de reflexión no se rebelaron contra la clase política ni contra el capital ni contra los poderes fácticos sino contra algo tan indefenso como un hombre en actitud de pensar. Se rebelaron contra el pensador de Rodin, el icono más genuino de nuestra civilización. En el ritual eminentemente laico de las urnas, la jornada de reflexión equivale a lo que, en las religiones, es el día de descanso. El acto de pensar el voto es la oración civil que nos une a todos. Pero hay en España unos que han decidido que no pensemos. ¿Esperan los fiscales y los policías de Rubalcaba a que ocurra por tercera vez?
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