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Anfitrión

La Razón
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Qué importante en la vida es pensar que detrás de cualquier manufactura, obra o realización hay seres humanos; que detrás de cada organización, grupo o ente hay personas. Algunos piensan que al igual que existen montañas, ríos o mares, aparecen los países, empresas y entidades, creyendo que son como meros frutos que usar, consumir y disfrutar. Algunos, cuando son recibidos en una casa por un buen anfitrión, confunden la bonhomía, y sobre todo la generosidad con la primera versión de anfitrión en la mitología griega. Anfitrión fue comprometido por Zeus para librar una batalla, y mientras tanto, Zeus, se hizo pasar por el propio Anfitrión, viviendo en su casa, conviviendo con su mujer, hasta el punto de que nadie notó su ausencia, de tal modo que cuando regresó de la guerra, nadie se inmutó, y nunca le echaron de menos; ¿cabe mayor abuso de la generosidad humana? En una democracia, cuando el pueblo te da su apoyo democrático, se provoca una suerte similar a la de un buen anfitrión que invitándote a su casa, la abre y te lo da todo, es generoso, y está dispuesto a que compartas con su familia todo lo que tiene. El huésped tiene dos opciones: una es agradecer el favor de la invitación, y sobre todo de la confianza, de compartir unos días con una familia en su casa, ayudarle, conocerle y compartir sus alegrías, sus tristezas, y sobre todo sus problemas. Otra opción es servirse y abusar de semejante generosidad, creerte Zeus, con derecho a todo. Un buen gobernante hará lo primero, y un gobernante egoísta, lo segundo. Es curioso observar cómo la historia nos presenta personajes de toda condición, pero de lo que no cabe duda es de que gobernantes egoístas, que vienen a servirse se la sociedad y que abusan de su generosidad, abundan por doquier. Hoy nos estamos equivocando en España; tras un falso populismo parece que el mejor gobernante es aquel que renuncia a las denominadas prebendas del poder, coche oficial, viajes, etc. Esto no es así, tener un coche oficial y facilidad para viajar nunca es un lujo si lo utilizas para su adecuado fin, ganar tiempo y dedicar más esfuerzo a la comunidad; por el contrario, quien lo usa, y los hay, como un mero signo de ostentación, se merece no sólo ser privado de semejantes atributos, sino la más dura condena social. No confundamos el tiro, y hagamos cada vez más penosa la función pública, como consecuencia de tanto Zeus, con ello lo que estaremos haciendo es sencillamente impedir que el capital humano de una sociedad, y sobre todo el talento y la excelencia nos gobierne; al final acabaremos en manos de los mediocres, de los que ven en la política una solución vital, en aquellos que nos han sido capaces de estudiar una carrera, no por falta de recursos, sino sencillamente porque han sido unos vagos. Tenemos que apostar por aquello que es lo más importante en una sociedad, tener un buen Gobierno, y que esté conformado por los mejores, y para ello, tiene que haber una confluencia de voluntades: por un lado, personas con afán de entrega y sacrificio, y por otro unas condiciones mínimas, que permitan desenvolverse en este empleo con un mínimo de dignidad. Quedarse en los signos externos es sencillamente no querer ver los problemas. En España estamos en un momento crítico, donde lo que se necesitan son personas capaces, inteligentes, que sepan hacer las cosas, y que crean que el bien común es lo importante en una sociedad. Para ello debe darse un mutuo respeto. Por una parte la sociedad debe respetar a sus gobernantes y valorar su función, y no menospreciarles y denostarles, y por otro, el gobernante debe respetar al ciudadano, debe aceptar cómo es una sociedad y sobre todo como cuáles son sus creencias, valores e ideales. Algunos gobernantes no lo aceptan y pretenden desde la ley, transformar los principios y valores de una sociedad, son como ese huésped que no sólo abusa de la confianza que le han dado al invitarle a una casa, es que además de abusar, pretende que cambies sus conductas, sus creencias, su pasado, y a algunos hasta la propia historia. No cabe mayor atrevimiento, irresponsabilidad y sobre todo insensatez. El anfitrión le seguirá soportando en su casa, pero llegará un momento, en el que le expulsará, y no querrá volver a saber nada del insólito huésped que abusó de la confianza en él depositada. Lo peor de un invitado es que no sepa cuándo debe irse, y sobre todo no se dé cuenta, de que tanta alegría trajo, como tanta deja por su marcha, e incluso más. Esto es el poder: anfitrión es el pueblo, y necesitamos personas que sepan estar en el hogar del que te invita sólo para disfrutar ayudando al que te ha invitado.