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La herida abierta

Dicen que las guerras no empiezan ni acaban, que dejan heridas abiertas para siempre de las que supuran odio, muerte y un deseo inmenso de venganza. La herida que la muerte de Ben Laden ha dejado en sus seguidores no cicatrizará nunca porque no les conviene.

La Razón
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Muy al contrario, su huestes se encargarán de azuzarla y extender la infección para que siga escociendo al mundo. Ya tienen un nuevo mártir al que venerar, un héroe al que consagrar sus vidas, y lo harán siguiendo sus enseñanzas y radicalizándolas aún más. No tendrán ni que improvisar. Ben Laden dejó un plan preconcebido y delineó unas líneas maestras que pasan por la reconquista de Al Ándalus (su número dos y posible sucesor, Al Zawahiri, ya hizo en 2007 un llamamiento para la recuperación de Al Ándalus, instando a conseguirlo desembarazando al Magreb islámico de los hijos de Francia y España), y por la conquista de los infieles occidentales, con especial atención a las mujeres.

No es algo que pueda pillarnos de nuevas. A la sombra del islam y de su interpretación más belicista, han aparecido visionarios e iluminados lanzando profecías que sus adláteres convirtieron en oráculos sagrados. Hace ya 30 años lo anunció al mundo el presidente de Argelia, Houari Boumedienne, en Naciones Unidas: «Será el vientre de nuestra mujeres musulmanas el que nos dé la victoria». A semejante augurio se unió años más tarde Muamar Gadafi vaticinando que en 2050 Europa sería un estado islámico. Lo que no nos contaron es que anhelaban el vientre de las mujeres para convertirlo en una fábrica de terroristas islámicos. La cepa de este virus de terror y venganza lo inoculó Al Qaeda en el sensible tejido de las sociedades occidentales sin que durante años nos hayamos dado cuenta. No tardaron en recordárnoslo: «Gracias a vuestras leyes democráticas os invadiremos, gracias a nuestras leyes religiosas os dominaremos».

Las células islamistas asentadas en nuestro país, así como en el resto de Europa y Estados Unidos, están llevando a cabo una revolución silenciosa, centrándose muy especialmente en una conquista amorosa de las mujeres que desemboca en una conquista vital. Casos como el de la madrileña Raquel Burgos, casada con el líder de Al Qaeda y posible ideólogo del 11-M , Amer Azizi, lo confirman. Raquel era una estudiante de periodismo que conoció a Amer en la línea 6 del metro de Madrid, camino de la universidad. No fue el destino ni la casualidad lo que hizo que sus vidas se cruzaran faltamente: fue el resultado de un plan trazado de antemano para captarla y sumergirla en el entramado terrorista de Al Qaeda. Hoy no se sabe si Raquel está muerta como su marido, a manos de los Estados Unidos, o si se ha convertido en una lideresa de la organización terrorista. No es la única mujer española ni occidental, ni será la última.

Helena Moreno, Marisa Martín Ayuso, Karima Benedicto…, todas ellas y muchas más están casadas con miembros de células islamistas asentadas en nuestro país. La mayoría de implicados en el 11 M están casados o tienen por pareja a una española. No es el azar, es la maquinaria del integrismo radical islamista. Ya no se conforman con elaborar una tapadera asentada en el mero matrimonio con mujeres occidentales para obtener privilegios como la nacionalidad, la tarjeta de residencia, las ayudas sociales o el acceso a una vivienda. Quieren más y lo están consiguiendo. Al Qaeda busca caras limpias para poder seguir teniendo engrasada su maquinaria de terror y por eso se esmera en reclutar y adiestrar en tierra occidental rostros femeninos - aunque también masculinos- que puedan pasar inadvertidos por un paso fronterizo o que no levanten sospechas a la hora de envolverse en un cinturón de explosivos e inmolarse, siempre según ellos, en nombre de Alá.

El sueño de Bin Laden era contar con una legión de occidentales ganados para la causa, capaces de convertirse en terroristas suicidas, en mártires del islam, haciéndose explotar en una plaza céntrica de Berlín, Roma, París, Nueva York o Madrid. Ésa es su sangrienta herencia y sus fiduciarios harán todo lo posible para cumplir la última y única voluntad de su líder y maestro. No tienen prisa, la paciencia es su virtud. Como explica la mayoría de los terroristas suicidas antes de inmolarse, la venganza es lo único que se mantiene en el tiempo.

Nos han declarado la guerra desde hace siglos. O con ellos o contra ellos. Son el nuevo fascismo de este siglo. Adquieren su razón de ser en la tergiversación del Corán, haciendo de él una interpretación belicista y convirtiéndolo en hoja de ruta a seguir: «Preparad contra ellos todas las fuerzas y guarniciones de caballos que podáis, así atemorizaréis a los enemigos de Alá». Aleya 61, sura 8 del Corán. Lástima que los radicales islamistas, los herederos del nuevo mártir, no sepan ni quieran interpretar adecuadamente la frase que nos legó Gandhi: «El ojo por ojo dejará al mundo ciego». No lo harán porque, como dijo Ben Laden hace años, este asunto es más grande que las palabras.