Grecia

El alcohólico suicida

La Razón
La RazónLa Razón

A lo largo de esta vida hay mitos que se van desmoronando simplemente porque los desmiente la realidad. Mi primer mentís, ya hace décadas, fue descubrir que había niños que no estudiaban no porque no pudieran o porque no tuvieran oportunidad sino, simplemente, porque no querían y eran unos vagos. Aún me sorprendió más, ya convertido en un joven abogado, el comprobar que existían delincuentes que no tenían la menor intención de abandonar el delito. Por el contrario, se complacían en vivir depredando a los demás sin concebir que alguien pudiera ser tan estúpido como para llevar una vida honrada. Con todo, quizá quien me ha llamado más la atención fue un alcohólico al que conocí hace tiempo. Comenzó bebiendo en abundancia hasta que, de repente, un día, descubrió que su hígado no iba bien. Le dio lo mismo. De hecho, aumentó sus dosis de bebida a la vez que devastaba la vida de los suyos.

El médico le advirtió que tenía que dejar de beber de manera radical. «¿Y si no…?», preguntó con cierta chulería. «La cirrosis en un año. El cáncer en menos de dos». No creyó –o no quiso creer– al médico y continuó trasegando alcohol. La cirrosis se presentó antes de que transcurriera la mitad del plazo. Pero siguió bebiendo mientras afirmaba que ahora lo necesitaba más que nunca. El cáncer fue fulminante y se lo llevó en unas semanas. En su agonía, suplicaba que alguien le proporcionara más raciones de la sustancia que lo arrastraba a la tumba. He recordado esta historia al reflexionar en la nueva reunión del Tribunal Constitucional para discutir la sentencia del Estatuto de Cataluña.

No conozco un solo economista serio que no sea partidario de un recorte drástico del actual sistema autonómico si deseamos salir de la crisis. Incluso no pocos se muestran partidarios de liquidarlo totalmente entre otras razones porque la deuda de las CC AA tan sólo con los proveedores supera la que ha obligado a rescatar a Grecia y porque de todas las CC AA sólo Madrid presenta unas cuentas racionales. Se sea partidario de su reforma o de su desaparición lo cierto es que el actual sistema no puede mantenerse si deseamos no hundirnos cada vez más en la crisis. Pues bien, con ese panorama, los nacionalistas catalanes no pierden ocasión para presionar a las instituciones a fin de que se apruebe un estatuto que, además de ser anticonstitucional, nos aniquilaría económicamente por un siglo. No recuerdo en toda la Historia universal un caso de codicia tan suicida. A día de hoy, la deuda de Cataluña es la cuarta parte de la deuda total de las CC AA a pesar de que ni tiene la cuarta parte de la población española ni es la cuarta parte del PIB. El Estatuto catalán consagraría un mayor endeudamiento, una inmensa capacidad de detraer fondos de otras CC AA y, al fin y a la postre, un panorama económico que sepultaría en la ruina a una España que ya está en quiebra. No nos engañemos. Si siguen bebiendo recursos los nacionalistas catalanes, si María Emilia Casas sigue presionando para aprobar un Estatuto por el que su marido recibió dinero de esos mismos nacionalistas, si se salen con la suya, la cirrosis que ahora padecemos se transformará en un cáncer que acabará con nosotros. Como el alcohol con mi amigo al que enterramos esta semana.