Estados Unidos
La Harvard del Sur
Al lector no le sorprenderá en absoluto si afirmo que las diferencias entre la realidad que vivimos en España y la que se percibe en el Sur de Estados Unidos son, en algunos casos, no sólo grandes sino sobrecogedoras. No se trata de que el flamenco sea sustituido por la música country, de que la iglesia católica tenga un papel casi testimonial en el denominado «Bible belt» o de que la palabra socialismo sea una de las más horribles que se pueden pronunciar por estos pagos. Se trata de circunstancias que indican hasta qué punto España se ha situado en un camino que no es precisamente el del progreso. Una de ellas, quizá la más obvia, es la educación. Invito a los lectores a que se den un paseo por la SMU (Southern Methodist University) de Dallas denominada convencionalmente la Harvard del Sur. No se trata de que la SMU tenga el mejor museo de pintura española fuera de España –lo que le ha permitido firmar un acuerdo de préstamo recíproco con el Prado– ni de que cuente con un equipo de fútbol extraordinario ni de que disponga de una de las cinco mejores escuelas de negocios –algunos afirman que la mejor– de los Estados Unidos. Tampoco es cuestión de que los nuevos alumnos de este año superen la cifra de cuatro mil, de que los recién llegados extranjeros estén encabezados por los chinos, que desean saber lo que es el capitalismo para importarlo a su tierra, o de que la libertad de culto sea algo presente en el interior del campus con una naturalidad apabullante. Todo eso resulta extraordinario y atractivo, pero lo que, personalmente, más llama la atención de la SMU es la entrega a una filosofía académica basada en la excelencia y el esfuerzo. Los alumnos que consiguen ser admitidos en su seno –no todos los que lo solicitan, desde luego– están encuadrados en cursos donde pueden consultar a sus profesores las veinticuatro horas del día por correo electrónico, donde el número medio de matriculados es de poco más de veinte y donde saben que compiten desde el primer día para acabar entre los mejores. El profesorado no es escogido por afinidades políticas; el rector nunca será un personaje mediocre aupado por los sindicatos; los conferenciantes jamás se verán insultados y agredidos por una chusma nacionalista o izquierdista que ha decidido que la universidad no es un templo del saber sino la zahúrda de su secta y el botellón resulta desconocido. Así, año tras año, ellos avanzan y nosotros sólo conseguimos revolcarnos en el cenagal en que nacionalistas y socialistas han transformado la universidad española en las últimas décadas hasta el punto de que ni una de nuestras instituciones se encuentra entre las ciento cincuenta primeras del mundo y de que nos superan naciones como Singapur o Corea del Sur. De la manera más suicida, se ha erradicado la segunda lengua universal de algunas de nuestras universidades, se ha aniquilado el debate de las ideas y se ha convertido la universidad en dispensadora de pesebres y fábrica de parados. Quizá de otras cosas hubiéramos podido prescindir sin graves consecuencias, pero al tirar por la borda nuestra universidad hemos sentenciado el futuro de nuestros hijos salvo, claro está, que sus padres los envíen a instituciones académicas extranjeras de la talla de SMU.
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